Comentario sobre Los caídos
La escena se sitúa en un espacio interior estrecho, claustrofóbico y sórdido de un lupanar, el cual es ocupado casi totalmente por los personajes dispuestos en friso, una constante compositiva en las representaciones grupales del artista. En primer plano se destaca la figura travestida mediante una serie de recursos como la leve perspectiva jerárquica que agranda al personaje por su importancia, los atributos de la vida bohemia y viciosa que lo rodean –alcohol, cartas, guitarra–, la mirada atenta del gato, la ubicación del personaje como elemento final de la trayectoria de la línea de fuerza de la composición en friso que orienta la lectura de izquierda a derecha mostrando el sentido de la historia y su “inscripción” en el ámbito del camastro que lo proyecta hacia el espectador.
En las figuras prima la frontalidad, la autonomía entre ellas –parecen no tener más relación entre sí que el estar ahí– y su disposición, en pose, que recurre al modelo fotográfico. La organización, muy compuesta, busca evocar la sordidez, suciedad, desorden inherentes al tema pero sin resignar claridad en la comunicación. La disposición en friso evidencia, también, en el escalonamiento de las cabezas en profundidad de las figuras agrupadas sobre el plano de fondo, la utilización de un recurso perspéctico conocido ya en los relieves romanos.
El uso de fotografías como
bozzetti en
Los caídos se une a problemáticas planteadas por la sociología o antropología criminalistas que buscaban correspondencias entre tipos fisiológico-psicológicos de delincuentes y enfermos –prostitutas, uranistas–. Solana se apoya en estos estudios frenológicos –libros como
La mala vida en Madrid de Constancio Bernaldo de Quirós y José M. Llanas Aguilaniedo– para dar rostro a tres de sus personajes (1): la figura travestida y las dos mujeres delante de la cortina (2). Posiblemente, todos los personajes tuviesen una fuente similar, salvo la figura masculina de perfil que podría ser un
mug shot, es decir un retrato fotográfico tomado después de un arresto. Pero estos tres retratos extraídos del libro antes citado no son de cuerpo entero, quedando en manos de Solana la resolución final de la pose pintando, según Antonio Machado, “con insana voluptuosidad lo vivo como muerto, y lo muerto como vivo” (3). Estos marginales son colocados como maniquíes, objetualizados, en una movilidad congelada casi metafísica, pensados como una naturaleza muerta, a diferencia de su
Mujer y maniquíes (1942, inv. 6781, MNBA) donde estos últimos son tratados con el mismo carácter plástico-sensual que la figura femenina protagonista de la obra.
Los caídos es una obra madura pero de la etapa preliminar, anterior tanto a la evolución cromática de los años 20 que postula Alonso Fernández, como a los cambios volumétricos que a partir de los 30 dotan a las figuras de un carácter plástico, sensual (4). Estilísticamente, se la puede considerar una manifestación del realismo expresionista español (5) que en el caso de Solana tiene como antecedentes, sobre todo, los grabados de
La España negra de Darío de Regoyos (1888) y la obra de Ignacio Zuloaga. Sin embargo, la poética de Solana se diferencia por no poseer lo anecdótico del primero ni lo pintoresco y regeneracionista del segundo. Su realismo crudo, anti-eufemístico, no carga con la crítica pesimista de la generación del 98; solo presenta a sus personajes aislados, solitarios, casi como rarezas de feria expuestas a la mirada del observador, poniendo así al alcance de la mano a los individuos “anormales”, “enfermos” que subvierten el orden social del higienismo burgués. Además, el claroscurismo de visos simbolistas de esta obra delata su posición en el debate del primer tercio del siglo XX (6) sobre la modernización de la pintura realista española decimonónica, caracterizado por dos polos cuasi irreconciliables: la sensibilidad sorollista –lumínica, festiva, pasatista– de la “España blanca” y el espíritu de la “España negra” –mística, profunda, sombría, dramática y alienada– liderado por Zuloaga.
Solana buscó el delicado equilibrio de la tradición con la modernidad, fórmula que lo llevaría al éxito hacia la década del 20 y en cuya línea se ubica
Los caídos. Este es un cuadro de composición ya que tiene un tamaño considerable y está dotado de varias figuras, características que lo volvían vendible a nivel institucional y compatible con las normas académicas; por otra parte, responde al figurativismo naturalista, paradigma en España entre fines del siglo XIX y el primer tercio del XX (7). El cuadro fue presentado en 1915 en una exposición oficial como la nacional; su calidad académica hizo que fuera aceptado en el Palacio Velázquez en vez de ser derivado por razones extra-artísticas a la “sala del crimen”, tradicionalmente en el Palacio de Cristal. Sin embargo, por su temática de burdel no era adecuado a los contenidos tradicionales del formato elegido por Solana; contravenía los convencionalismos de la moralina de su posible clientela y su modernidad temática hizo que se lo colocara tapado por una puerta y que con artimañas se alejara al rey Alfonso XIII para que no lo advirtiese.
El tremendismo solanesco presenta en esta obra uno de los temas recurrentes de su producción, lo prostibular, en su variante más directa: la visión del burdel. Aquí, no se disfraza esta situación que por la crisis económica, política y social había venido en aumento desde finales del siglo XIX, sino que se muestra en crudo y en su faz más áspera. A principios del siglo XX, los hábitos prostibularios iniciaban un proceso de transformación. Mientras que el burdel entraba en decadencia y era solo visitado por la gente de más baja estofa, la prostitución clandestina, caracterizada por la necesidad de seducción, se ponía de moda. Esta nueva tendencia se practicaba en otros ámbitos como paseos públicos, ciertos cafés, bailes, tabernas, salidas de teatros y casas de citas. A pesar de estos cambios, Gutiérrez Solana opta por mostrar el ámbito más bajo y descarnado de esta actividad, donde se da el simple intercambio de mercancía sexual sin “rodeos amorosos”.
por Alberto Martín Isidoro - Andrea Peresan Martínez
1— López Fernández, 2006.
2— El lunes 20 de mayo de 1985 se vendió en una subasta extraordinaria de Durán Tres mujeres (82 x 60 cm), un óleo no catalogado por Alonso Fernández, considerado de Solana pues reproduce las tres figuras femeninas de Los caídos. Véase: Jaime Balleste, “En Durán, 9,7 millones por un Solana desconocido”, ABC, Madrid, 23 de mayo de 1985, p. 123.
3— Antonio Machado, Los complementarios. Madrid, Cátedra, 1987, p. 127.
4— Valeriano Bozal, 1996.
5— Un estilo en boga hasta mediados del siglo XX, cuyos exponentes hasta la guerra civil fueron artistas como Castelao, Evaristo Valle y Ricardo Baroja. Terminada la guerra, su modernidad seguiría vigente sobre todo en la obra de Solana, que a instancias de Eugenio d’Ors regresaría a la península previa adhesión al franquismo.
6— Lola Caparrós Masegosa, Prerrafaelismo, simbolismo y decadentismo en la pintura española de fin de siglo. Granada, Universidad de Granada, 1999; Francisco Calvo Serraller, Pintores españoles entre dos fines de siglo (1880-1990). Madrid, Alianza, 1990; Carlos Reyero y Mireia Freixa, Pintura y escultura en España 1800-1900. Madrid, Cátedra, 1999; María Elena Gómez Moreno, Summa Artis. Historia general del arte. Pintura y escultura españolas del siglo XIX. Madrid, Espasa-Calpe, 1994, vol. 35.
7— Jaime Brihuega, Las vanguardias artísticas en España 1909-1936. Madrid, Istmo, 1981.
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