Comentario sobre L'étang de Ville-d'Avray (El estanque de la Ville d'Avray)
Acunada por una luz matinal, una muchacha está sentada junto a una laguna y dos vacas tranquilas le hacen compañía. En este óleo sobre tela que data de los años 1865-1870, Jean-Baptiste Camille Corot elabora un paisaje onírico vinculado a su período de madurez artística.
Instalada en primer plano, de espaldas al espectador, la mujer junto a la laguna de Ville-d’Avray no es el tema principal pero sí constituye uno de los eslabones del cuadro. Las dos vacas a la izquierda, las casas poco numerosas en la orilla de enfrente así como el abedul y los otros árboles que forman una elipse alrededor de la superficie del agua crean, al igual que el personaje, el sutil equilibrio del paisaje. La fuerza del arte de Corot radica evidentemente en esa habilidad para augurar con simplicidad la quietud de un lugar sin imponer al espectador ningún tema central. El ojo acaricia la pintura, se detiene en un punto, luego se deja llevar despacio hacia la atmósfera elegíaca, siguiendo aquí y allá la pincelada sedosa del artista. Paisaje silencioso, propicio a la serenidad, como tomado de un sueño. Corot es un creador de armonía. La composición clásica de reminiscencias italianas, la luz blanca o el camafeo de gris confieren al cuadro una elegante sobriedad. La melancolía sugerida por la pose de la muchacha en esas hierbas algodonosas responde a las tonalidades aterciopeladas que envuelven la escena. Maxime Du Camp declaró: “Jamás copia la naturaleza, la sueña y la reproduce como la ve en sus ensueños” (1). Sin embargo, Corot era sin lugar a dudas un paisajista de
plein air. Para disfrutar al máximo de la naturaleza, se levantaba al alba, salía a los caminos con su caballete y luego se instalaba y esperaba hasta capturar el instante ideal en el cual la naturaleza daba origen al cuadro (2). Los tonos plateados y el empleo de una luz vaporosa que se refleja en el agua se conjugan sensiblemente para exaltar ese clima de ensueño. Los matices opalinos resaltan gracias al uso de pequeñas notas coloreadas –las tejas de los techos, el cuero de las vacas o la camisa de la muchacha– que hacen vibrar el conjunto de los colores del cuadro. La apariencia levemente borrosa se inspira sin duda en los fotógrafos de paisajes que se ejercitaban en esa época en las malezas del bosque de Fontainebleau (Eugène Cuvilier,
Deux chênes en hiver, Bibliothèque Nationale de France, París). Amante de la fotografía, Corot tenía una colección de
clichés-verre que representaban paisajes y que pudieron influir en su pintura. Como precursor y amigo de los paisajistas de Barbizon, integró en su obra un tratamiento delicado de los troncos de árbol y una gran sutileza en los follajes. Estas palabras de Paul Valéry prueban el amor que sentía por el motivo del árbol: “En Corot, es Alguien” (3). El lugar representado, Ville-d’Avray, fue ilustrado a menudo por el pintor, que se instaló allí regularmente y pintó numerosas obras de tema muy cercano, sobre todo
Ville-d’Avray. L’étang au bouleau devant les villas. Vue de Ville-d’Avray (1873, Musée des Beaux-Arts de Rouen). Si bien las vacas desaparecieron, Corot retomó el mismo punto de vista agregando dos personajes, bajo una luz más cálida acompañada de sombras más marcadas. Debemos relacionar asimismo la manera translúcida lograda en este cuadro con una de las obras maestras del pintor, admirada y saludada por la crítica en el Salón de 1864,
Souvenir de Mortefontaine (Musée du Louvre, París). El MNBA posee asimismo una obra de este mismo tenor titulada
Paisaje boscoso visto desde un pueblo (1860-1870, inv. 8538).
Si Corot se interesó en sus inicios por los juegos de gradaciones de tonos y por los efectos en los cielos (
Campagne de Rome, la Cervara, 1827, Musée du Louvre), hacia 1850 modificó su paleta para desarrollar esta manera brumosa, llamada
floconneuse (algodonosa). También se alejó de los temas neoclásicos con connotación histórica (
Agar dans le désert, 1835, The Metropolitan Museum of Art, Nueva York) para dar rienda suelta a su imaginación y describir la idea de recuerdo, representar las emociones. Prefirió entonces la evocación poética a la representación naturalista.
Iniciado en la pintura paisajista por Achille Etna Michallon, Corot había sido llevado por su maestro al bosque de Fontainebleau ya en 1822. Se familiarizó con los motivos que ofrecían los alrededores de París, pero recorrió además las rutas de Francia –Normandía, Auvernia, Picardía, el Delfinado– para descubrir nuevos paisajes de campo o de mar (
Trouville, bateaux de pêche échoués dans le chenal, 1848-1875, Musée d’Orsay, París). También viajó en tres oportunidades a Italia, país en el que se impregnó de la luz del sur y de la rigurosa formación neoclásica del paisaje compuesto (
Florence. Vue prise des jardins Boboli, 1835-40, Musée du Louvre). De todos modos, si bien se destacó principalmente en el paisaje, su pintura contiene una buena cantidad de retratos o figuras de fantasía (
La dame en bleu, 1874, Musée du Louvre) así como un número considerable de vistas arquitectónicas (
Le beffroi de Douai, 1871, Musée du Louvre).
Heredero de sus pares, Poussin, Claude le Lorrain o Watteau, de los cuales extrajo claridad, sensibilidad y encanto, Corot se impuso como uno de los paisajistas más influyentes de su siglo gracias a la humildad absolutamente propia de su pincel y de su persona. El artista tuvo un gran éxito a lo largo de toda su carrera, estableciendo una conexión entre academicistas y paisajistas modernos. El propio Charles Baudelaire lo elevó al panteón de los pintores del siglo XIX diciendo que estaba “al frente de la escuela moderna del paisaje” (4). Siempre de un modo humano, a veces ingenuo, Corot recorrió el siglo sugiriendo su propia evolución del paisaje. No se unió a ninguna corriente específica, pues no reivindicó ni su pertenencia a los románticos, ni su paternidad de los simbolistas o impresionistas. Con flexibilidad, se adaptó a lo que era para él la mejor de las pinturas, pura y simple, pero dominada e inspirada. Una pintura que se volvió por esa misma razón indiscutiblemente majestuosa. Qué mejores palabras que las del pintor Daubigny quien, dirigiéndose a su amigo Corot, afirmó: “No pones nada y está todo” (5).
por Marie Lesbats
1— A propósito de Souvenir de Mortefontaine (1864, Musée du Louvre, París), expuesto en el Salón de 1864, en: La Revue des Deux Mondes, Paris, 1864, t. 51, p. 690-691.
2— “Mire Ud., el día de un paisajista es encantador. Se levanta temprano, a las 3 de la mañana, antes que el sol; se sienta al pie de un árbol, mira y espera” en: Alfred Robaut, 1965, vol. 1, p. 215.
3— Paul Valéry, “Autour de Corot” en: Pièces sur l’art. Paris, NRF-Gallimard, 1932, p. 168.
4— Charles Baudelaire, “Salon de 1845-Paysages-Corot” en: Écrits sur l’art. Paris, Librairie Générale Française, 1992, p. 99.
5— Henri Focillon, La peinture au XIXe siècle. Paris, Flammarion, 1991, t. 1, p. 318.
Bibliografía
1965. ROBAUT, Alfred, L’oeuvre de Corot. Catalogue raisonné et illustré. Paris, Léonce Laget, vol. 3, p. 82 y 83.