Comentario sobre Paisaje de Misiones
“Verde esmeralda, verde cinabrio, verde vejiga, verde de cobalto, veronés, tierra verde, verde de Prusia, verde vagón, verde de Sèvres (que es casi azul)” (1) es la descripción posible de los verdes de
Paisaje de Misiones de Carlos Giambiagi. Una descripción que permite, además, una aproximación a su obra en tanto detrás de esa armonía el pintor escondía un cuidadoso trabajo. Ante un espectáculo que lo conmovía, seguía el primer apunte en el que partía del “Carácter constructivo, carácter emotivo, es decir la forma y la armonía” (2) y solo si aquella sensación persistía era el momento de concretar la obra. En ese proceso estaba implicada una reflexión acerca de lo que era la naturaleza como objeto de expresión en oposición al realismo entendido como copia. Para él, uno debería “pintar únicamente lo que
exalta la propia sensibilidad” (3).
Giambiagi era “el hombre de la selva”, el “misionero”, como lo conocieron en su tiempo sus compañeros. Apodos que identificaron al artista con un paisaje, el de San Ignacio en Misiones. El lugar elegido –destino de sus continuas huidas de y desde Buenos Aires– habla de su rechazo hacia una sociedad opresiva y también acerca de la puesta en crisis de la dimensión hombre
en sociedad. Para este anarquista, muchas veces desesperanzado de la vida, que se vio a sí mismo como a un obrero-artesano y que renegó para sí de la categoría de “artista”, el sumergirse en la selva misionera era poder recuperar esa otra dimensión, la del hombre capaz de enfrentarse consigo mismo.
por Patricia M. Artundo
1— Raúl Soldi, s/t en: Giambiagi. Buenos Aires, MNBA, 1962, [s.p.].
2— Carlos Giambiagi, carta a Luis Falcini, datada “Septiembre, 24 de 1925” en: Carlos Giambiagi, Reflexiones de un pintor. Buenos Aires, Stilcograf, 1972, p. 267.
3— Ibidem.