Comentario sobre Agoo
Agoo extiende pequeños círculos repetidos sobre todo el plano de la tela. Aunque se trata de una misma forma geométrica, el juego de relaciones espaciales genera una oscilación que contradice esa misma superficie plana. La clave está, entonces, en la sistematización de una forma que se contrae y expande según una estructura progresiva, provocando una ilusión de movimiento que aprovecha las características del mecanismo de la percepción retiniana.
Si bien Silva frecuentó por un tiempo el taller de Vicente Puig –donde también concurrían José Fernández Muro y Sarah Grilo–, se alejó de la figuración que realizaba con ese maestro para adoptar el vocabulario geométrico y optó por presentarse como artista autodidacta (1). Trabajó en diseño gráfico y textil, experiencia que trasladó al campo de las artes plásticas.
Las composiciones de la primera etapa priorizaron las formas simples y, más tarde, trabajó sobre la base de círculos y puntos extendidos sobre un entramado reticular. En la década del sesenta otorgó primacía al color y las pinturas adquirieron un acento personal. Las relaciones formales y cromáticas imprimieron mayor movilidad al plano del soporte, provocando otras vibraciones o efectos de parpadeo.
En
Agoo un punto descentrado fuga en profundidad y acerca al primer plano el extremo opuesto de la tela, incitando la mirada del espectador. Las deformaciones del círculo que se repite acompañando ese desplazamiento del centro producen una ondulación, que el ojo percibe como un movimiento del plano.
Agoo formó parte del conjunto de obras con el cual Silva obtuvo el Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella de 1965, algunas de las cuales también se presentaron en San Pablo, Nueva York y Caracas (2).
por Cristina Rossi
1— Cf. Mercedes Casanegra, “Silva, Carlos“ en: 100 obras maestras. 100 pintores argentinos 1810-1994, cat. exp. Buenos Aires, MNBA/Fundación Konex, 1994, reprod. color nº 72.
2— Cf. Roberto Guevara, s/t, El Nacional, Caracas, 21 de octubre de 1969.