Comentario sobre El árbol de la Vida
El árbol sagrado es parte de la cultura Chancay y podemos situarlo dentro de la tradición de búsqueda de expresiones textiles tridimensionales de la historia del tejido precolombino. Nada se acerca más a la imitación de la naturaleza que la solución tridimensional, si el naturalismo era el camino que algunos artistas querían recorrer, uno de ellos por cierto era abandonar el telar, olvidar tramas y urdimbres, y ganar el espacio por medio del volumen. En este proceso, un árbol textil es una entidad autónoma, depositado como un objeto concluido para llenar un cometido preciso. Es un complejo fenómeno cultural en el cual lo mítico, el arte y la técnica se interrelacionan profundamente. La escultura textil huye del telar y gana el espacio para decir algo (1). El árbol, con su amanecer, sus flores y su ocaso, apareció frente a los hombres como una metáfora de la vida. El árbol era además el camino ascendente que los podía llevar hasta el cielo que se había alejado. Cielo beatífico en el que reinaba aún una edad de oro, en la cual los hombres hablaban un lenguaje común con los otros seres de la naturaleza y todo era perfecto. El árbol sacralizado está ampliamente documentado en el área americana por historiadores, etnógrafos y arqueólogos. Árbol, planta o rama sagrada están inscriptos en las primeras narraciones que hicieron los hombres, para explicarse la vida y el universo. En el mundo andino su imagen, aún no extinguida, nos llega desde hace más de dos milenios. El árbol-planta textil de Chancay está relacionado con dos niveles del lenguaje simbólico: el de la planta sacral del algodón y el unificador de los planos del mundo que aparece en el relato del cronista indio. Estos dos elementos se conjugan en los “Árboles de la Vida”: plantas deificadas en la iconografía textil. En ellos se rompe la realidad del ciclo vegetal dado que el tejedor ha ubicado en esta planta dos frutos: el capullo de algodón y el ovillo. El fruto real y el fruto imaginario. Así, en el árbol tenemos el ovillo de algodón como fruto: un simbólico homenaje a la laboriosidad humana, homenaje a las virtudes del hilandero y a la potencialidad de la fibra como estructura primaria, usada como abrigo y medio de expresión. Es dable pensar las coincidencias entre esta escultura textil arqueológica y las búsquedas de algunos artistas contemporáneos de las corrientes neoexpresionistas, como ha señalado Michel Thomas: “Si uno debiese simplificar al máximo el encadenamiento de hechos culturales que cubre un siglo, se podría decir que el arte textil contemporáneo ha nacido de un extraño encuentro entre la Bauhaus y las tradiciones textiles extraoccidentales” (2). La coincidencia no es solo el encuentro de las formas y el espacio, sino el trasfondo poético que tiene a esas formas como lenguaje.
por Ruth Corcuera
1— Véase: Rogger Ravines, “Textilería” en: Rogger Ravines (comp.), Tecnología andina. Lima, Instituto de Estudios Peruanos-Instituto de Investigación Tecnológica Industrial y Normas Técnicas, 1978, p. 255-268.
2— Michel Thomas; Christine Mainguy y Sophie Pommier, L’Art textile. Genève, Skira, 1985, p. 181.
Bibliografía
1987. CORCUERA, Ruth, Herencia textil andina. Buenos Aires, Ducilo, 1987, p. 8, il. 44-46.