Comentario sobre Joven oriental
Instalada en París desde muy joven, Juana Romani, cuyo verdadero nombre era al parecer Juana Carlessimo, empezó a trabajar como modelo del escultor Falguière, a través del cual tuvo la oportunidad de conocer, hacia 1884, a Jean-Jacques Henner y convertirse en una de sus modelos preferidas. Mujer inteligente y dotada de capacidades artísticas innatas, aunque poco instruida y desprovista de toda competencia en la técnica pictórica, llegó a adquirir muy pronto capacidades en la materia gracias al contacto cotidiano con el artista y con el grupo de intelectuales que frecuentaba su estudio: “Mejor que muchos pintores”, parece haber comentado Henner al referirse a ella (1).
El deseo de aprehender cada vez con mayor familiaridad la pintura indujo a Romani a estudiar bajo la guía de Ferdinand Roybet, con quien habría tenido luego un intenso vínculo amoroso. En consonancia con el maestro, se dedicó al costumbrismo histórico con vestidos de época, que ella a menudo resolvió a través de una única figura de mujer joven y provocativa. Son efigies de heroínas bíblicas –es el caso de la
Salomé expuesta en el Salón de París en 1898 y adquirida para las colecciones del Musée du Luxembourg– (2) o imágenes fantasiosas de reinas y princesas con trajes renacentistas o, también, representaciones de mujeres de exótico atractivo, envueltas en misterio; todas revestidas, en distinto grado, por una sensualidad oscilante entre la malicia y el erotismo. Pinturas de ese tipo, de indudable calidad formal y una textura rica, sedosa, con colores brillantes exaltados por patéticos golpes de claroscuro, le aseguraron un éxito discreto de público y de crítica que alcanzó su punto culminante en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, para disminuir luego rápidamente después de 1904, año en que su obra fue recibida por última vez en el Salón. Su manera desenfadada de evocar la riqueza fastuosa de los tejidos recurriendo a una pincelada blanda, vibrante, y sin detenerse en descripciones minuciosas, fue uno de los principales motivos de admiración de su obra.
La figura de
Giovane donna orientale del MNBA, de rostro oscuro bajo la abundante cabellera negra que hace resaltar la carnación perlada de las mejillas y del seno enmarcado por la chaqueta cobalto, ilustra acabadamente la producción de Romani, cuyos principales referentes estéticos fueron la pintura de Henri Regnault y los emotivos matices de claroscuro de Henner, de los cuales la artista supo dar interpretaciones personalísimas.
En los rasgos delicados de la protagonista es posible identificar una fisonomía recurrente en los cuadros de la pintora; se trata probablemente –al menos a juzgar por la pintura que Roybet realizó de ella ya mayor– de un retrato de la propia Romani que ella retomó inalterado a través de los años, para transmitir una imagen de belleza incorruptible de sí misma.
Como ulterior confirmación de la fama de la artista en la Francia de fines del siglo XIX, vale la pena recordar que el cuadro llegó al Museo en 1910 gracias a la donación de Ángel Roverano, cuyas adquisiciones fueron realizadas principalmente en París entre fines del siglo XIX y principios del XX (3). Otra obra de Romani,
La infanta (inv. 5378), también de Roverano, ingresó al Museo en la misma oportunidad.
por Silvestra Bietoletti
1— Émile Durand-Gréville, Entretiens de J.-J. Henner. Notes prises par Émile Durand-Gréville après ses conversations avec J.-J. Henner, 1878-1888. Paris, A. Lemerre, 1925.
2— Léonce Bénédite, Le Musée du Luxembourg. Paris, 1912, nº 671, p. 66.
3— María Isabel Baldasarre, Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo cultural en Buenos Aires. Buenos Aires, Edhasa, 2006, p. 174-178.