
Arlequín
Pettoruti, Emilio. 1928
Más Informaciónsobre la obra
Obra Maestra
Inventario 2344
Obra Exhibida
Sala 30. Antesala 31
“No olvidemos que nosotros –afirmaba Carrà en ‘Sobre el placer artístico’ (1919)– actuamos solo con líneas, con superficies, con cuerpos, con espacios divisibles y con todas las figuras de la geometría; y que estas cosas reducidas a fenómeno físico y visivo son nuestras imágenes, que nosotros elevamos para producir un hecho artístico.” Estas consignas, planteadas como marco de su propuesta ligada a la restauración de los valori plastici fueron las que guiaron la labor de Carrà en los años veinte, e incluso después. A partir de 1926 y particularmente durante su estancia de verano en Forte dei Marmi (sitio que elegiría en adelante para transcurrir varios meses al año), comenzó a centrar su atención en los paisajes.
Despojados, serenos, las playas, las casetas de sencillos volúmenes y los personajes solitarios fueron motivo de su atención una y otra vez. Si bien no se trata de un paisaje de playa, La casa roja puede inscribirse dentro de esta secuencia iniciada en aquel verano y se enlaza a su vez con trabajos como Naturaleza muerta metafísica (1919) en donde la arquitectura de los volúmenes dispuestos en el plano prefigura otras arquitecturas como la de esta pintura de 1927. Angolo rustico, entre tanto, una obra del mismo año, si bien presenta una proximidad con La casa roja en el tratamiento de los volúmenes y el manejo de la línea, se distancia de ella al sumergir la contundencia de estos elementos en un entorno que aligera el conjunto en una atmósfera más “natural”.
En La casa roja las líneas severas, rectas siempre, delimitan planos, y estos a su vez en sus intersecciones construyen volúmenes que –por superposición– penetran en la superficie de la tela y generan el espacio de un inquietante y silencioso paisaje, visto desde el alféizar de una ventana, fuertemente iluminado, en donde el artista coloca tres objetos, un jarrón, un papel y un cubo. Carrà señala desde ellos la frontera entre el adentro y el afuera. Luego “la casa roja”, que domina el cercano panorama que describe la obra en lo que es casi un último plano de clausura del estrecho espacio que nos propone recorrer con la mirada. Espacio sencillo y limitado, donde la luz disputa su lugar con la oscuridad. Una luz intensa, blanquecina, que se torna más cálida solo en el encuentro con el motivo que da nombre a la obra: “la casa roja”.
Carrà ya había mostrado sus obras en la Bienal de Venecia en 1924 y 1926, pero fue en la de 1928 cuando presentó un conjunto más importante. Se trató de 19 trabajos vendidos varios de ellos a colecciones privadas y a los museos de Turín, Milán, Venecia y Roma. Con Carrà expusieron, también con buena fortuna en las ventas, Mario Sironi, Achille Funi, Pietro Marussig y Alberto Salietti, miembros del colectivo del Novecento que había comenzado a transitar, un par de años antes, un nuevo camino para el arte italiano contemporáneo de la mano de Margherita Sarfatti, gestora y animadora cultural durante este primer período del fascismo italiano instaurado en 1922. Es posible que la obra de Carrà del MNBA haya formado parte de aquel conjunto, permaneciendo en la colección del artista hasta su llegada a Buenos Aires en septiembre de 1930. Sarfatti agrupó bajo el título de “arte del Novecento” a aquellos artistas italianos que revelaban la “moderna italianidad”, ligando este concepto con la idea de lo clásico instalada en la tradición del arte de la Antigüedad y sus “renacimientos” en los siglos posteriores. Sin embargo, esta versión del arte contemporáneo fue más diversa que el discurso de Sarfatti ya que reunió desde propuestas como la de Carrà, Sironi y Giorgio de Chirico, en las que la figuración aparecía redefinida desde perspectivas estéticas y experiencias vitales ligadas al horizonte contemporáneo, hasta obras como las de Marussig o Dudreville que exhiben una figuración de carácter más academicista, además de autores como Tosi o De Grada, por ejemplo, en cuyas propuestas resuena aún la experiencia de los macchiaioli. El grupo del Novecento italiano, según una de sus principales historiadoras, Renata Pontiggia, comenzó a constituirse en 1919 en las tertulias que se daban en la sala de Sarfatti en torno a problemas artísticos entre los que la historiadora define como futuro- novecentistas: Sironi, Dudreville, Funi, Tosi, Carrà y Martini. Hacia 1920 se publica Contro tutti i ritorni in pittura, paradójicamente una de las primeras declaraciones vinculadas al Novecento firmada por Sironi, Funi, Russolo y Dudreville polemizando con Valori Plastici, publicación en la que militaron Carrà y De Chirico. Ese mismo año, sin embargo, Sarfatti comenzó a trazar lazos entre las imágenes de unos y otros artistas a partir de comentar la exposición realizada en una galería de Milán en donde convergieron los trabajos de Sironi, Carrà, De Chirico, Russolo y otros. Allí señalaba como fundamentos del arte nuevo aquellos que sostendría en el tiempo: “orden, disciplina, jerarquía, diseño, composición, estilo”.
Hacia 1923 se estableció un primer ensayo del grupo del Novecento pero fue recién en 1926 cuando este se consolidó y adquirió una presencia sostenida hasta 1931. Fue justamente en el marco de una gira internacional del grupo cuando se programó para septiembre de 1930 una exposición en las salas de Amigos del Arte de Buenos Aires. Allí, entre un conjunto de más de 200 piezas, se exhibió La casa roja que quedaría integrada el año siguiente por donación del Comitato del Novecento a la colección del MNBA.
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