La vuelta de la pesca
Sorolla y Bastida, Joaquín. 1898
Más Informaciónsobre la obra
Obra Maestra
Inventario 2638
Obra No Exhibida
Esta escena costumbrista que representa el trabajo de los pescadores que vuelven de la faena y el juego de un niño se desarrolla posiblemente en la playa del Cabañal, frecuentada por Sorolla, que se caracterizaba por conjugar, en torno al 1900, tanto a pescadores y sus familias como a pintores en busca de temáticas que mostraran el ser regional. Esta combinación de los trabajos preindustriales de las clases populares, por una parte, y de pintura pleinairista de visos nacionalistas, por otra, brindaba una imagen optimista del Levante español distante del duro proceso de transformación del paisaje de la región por la industrialización. La mecanización y el gigantismo urbano eran la nueva fisonomía que modelaba la vida y las costumbres del Levante. Sin embargo, la actitud de huida nostálgica de la civilización hacia la rústica naturaleza de pintores como Sorolla hacía de estas costas un refugio bucólico frente a las consecuencias generadas por la Revolución Industrial.
Detrás de este costumbrismo de ambiente marino se encuentra la verdadera raison d’être de las búsquedas de Sorolla: la luz mediterránea. Su sensibilidad lumínica pertenece a una de las dos tendencias de la pintura española que marcaron la vuelta del siglo: la “España blanca” contrapuesta a la “España negra” de Zuloaga, Solanas y Romero de Torres, entre otros. La luz, la gran protagonista de esta pintura, es captada con rapidez y al plein air del mediodía dando como resultado una obra definida por la instantaneidad, el abocetamiento y una atmósfera vibrante producto de los reflejos del sol enceguecedor en su cenit sobre el mar.
Sorolla ocupa un lugar especial dentro del movimiento luminista cuyos centros fueron Valencia y Sitges. A diferencia del resto de los luministas, reunió en sí influencias que supo dosificar, como la del impresionismo y la de los pintores escandinavos como Peder Severin Krøyer (1851-1909), Viggo Johansen (1851-1935) y Anders Zorn (1860-1920) o del alemán Adolph von Menzel (1815-1905), cuya obra conoció en París. En el debate de tradición-modernidad, su pintura no solo tenía la capacidad de resolver el dilema entre el conocimiento académico y la experimentación impresionista, equilibrando ambas posiciones, sino que también lograba mantener un juste milieu artístico (en un momento de vanguardias contestatarias y actitudes reaccionarias hacia ellas) que le brindó un éxito comercial internacional sin precedente en los otros luministas. Todo esto lleva a la historiografía artística a considerarlo como el pintor que clausura el movimiento luminista levantino.
La captación instantánea y lumínica de las formas, próxima al impresionismo parisino pero ajena a sus inquietudes, es una constante en los pintores nacidos en el Levante español y activos a finales del siglo XIX y principios del siguiente, de quienes el estilo sorollesco se nutre. Estos, a pesar de su formación conservadora, se atrevieron a incursionar en técnicas inusuales y de gran modernidad en relación con las normas académicas que imponían el gusto por lo bituminoso, provocando un cambio sustancial en la manera de pintar. Al focalizarse en la presencia dominante del mar en el que la vista se pierde al infinito, en su atmósfera costera y en la sugestión hipnótica de la luz y sus matices, propusieron al espectador involucrarse en una percepción de la realidad que es anterior a una primera estructuración gestáltica, es decir una percepción en la cual las sensaciones anteceden a las formas. El luminismo levantino se inserta en una tendencia al aclaramiento de la paleta que tiene lugar en la pintura europea del siglo XIX, evidencia de búsquedas en relación con el color y con la luz generadas a partir del desarrollo de la pintura de paisaje y de la captación de efectos naturalistas.
Sorolla creó una “maniera” posible de ser emulada a nivel compositivo y “digerible” temáticamente a pesar de su modernidad. Su técnica lumínica se oponía diametralmente a la paleta armada del frío academicismo que había entronizado a la pintura de historia con sus composiciones artificiosas. Sin embargo, la organización deliberada de Sorolla de masas de luz y color lo acercaban al pensamiento académico que gustaba de componer fuertemente el lienzo equilibrando las formas y los colores. La adhesión, en parte, a la técnica impresionista no debe confundirse con la adopción del descubrimiento de la impresión lumínica mediante la yuxtaposición de colores puros colocando en un plano secundario la estructura, ni tampoco con la disolución de la forma –divergencias con el impresionismo que lo unían al resto de los luministas– aunque su factura suele oscilar hacia una pincelada de coma impresionista. Estas características técnicas se observan en esta obra, como así también en La vuelta de la pesca (1898, inv. 2007, MNBA), ambas dotadas de una infraestructura muy compleja. Cierta impresión y velocidad de la poética de Sorolla nunca pudieron ser emuladas acabadamente por sus seguidores.
En cuanto a la temática, el artista impuso la descripción de una edad de oro del Mediterráneo, una Arcadia donde nos presenta hombres en simple y dulce armonía con la naturaleza. El gesto de los pescadores y el pequeño jugando representan lo que fluye y es efímero. Aun así, estos instantes evocan la eternidad de los tipos humanos de la región.
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