Comentario sobre Un matemático
Este cuadro ingresó al MNBA como obra de José de Ribera.
En 1959, el restaurador Juan Corradini lo adjudicó acertadamente a Luca Giordano y, más tarde, Celia Alegret confirmó con antecedentes muy sólidos esa atribución. Corradini ubicó la pieza en el período riberesco del artista napolitano (1650-1653), en el que efectivamente Luca realizó retratos imaginarios de sabios y filósofos antiguos a la manera de su maestro Ribera, en el marco de una corriente cultural impregnada por el neo-estoicismo y por el neo-epicureísmo barrocos. No obstante, la gran soltura de la pincelada que hace de la textura de la piel una superficie roída y rugosa, imagen de una caducidad en ciernes, el claroscuro violento del cuello y de la cara que sume paradójicamente en la sombra la intensidad de la mirada del personaje, la presencia de una atmósfera densa y visible como una suerte de aura alrededor de la cabeza, son todos elementos que denotan una madurez personal del artista, alcanzada a partir de 1660, y la libertad de estilo que le valdría el nombre de
Fa presto. Por ello mismo, vale seguir la cronología que propuso Nicola Spinosa en 2004 y emparentar nuestro cuadro con el
Astrónomo de la Antigüedad conservado en el Museo Nacional de San Carlos en la Ciudad de México, fechado por el mismo Spinosa en torno a 1660. Las manos derechas de ambos hombres son casi idénticas. El dibujo en la página impar del infolio, representado en el lienzo del Museo, remite a una sección cónica referida a dos ejes cartesianos ortogonales, lo que confirma el reconocimiento de un matemático en nuestra figura. Subrayemos que los caracteres en el canto del libro sobre la mesa en el
Astrónomo de México se asemejan a los signos generosamente multiplicados en el códice del
Matemático. Una indagación de esa extraña grafía nos permite lanzar una hipótesis de identificación del retratado. En principio, podría tratarse de una escritura arbitraria e inventada, en sintonía con lo que Charles Salas ha sugerido para el
Euclides de Ribera, hoy en el Museo Getty. Pero el parecido algo remoto de ciertos signos con los caracteres hebreos, que ha llevado incluso a leer en la tercera línea de la página par del infolio la palabra תובא, esto es, ABOT, “padres” o “patriarcas” en el texto de la Mishna (1), sugiere que el sabio de nuestra obra pertenecería al mundo oriental de la Biblia, filiación que refrendaría el aro en su oreja derecha. Por otra parte, sabemos que, durante todo el siglo XVII, intelectuales como Estienne Guichard, Claude Duret, Mercurius van Helmont y el jesuita Athanasius Kircher discutieron acerca de la existencia de un protohebreo, origen de todas las lenguas del mundo, hablado desde los tiempos de Noé hasta la dispersión lingüistica en Babel. La escritura del
Matemático tal vez haya pretendido representar aquel protohebreo. Adviértase que hay un parentesco formal entre los signos del infolio y los que, en 1679 en la
Tabula combinatoria de su tratado sobre la
Torre de Babel, el citado Kircher desplegó bajo el rótulo “Carácter doble místico transmitido por los ángeles”, precursor de las escrituras hebrea y siríaca.
La figura de nuestra tela sería, en síntesis, un patriarca, ligado al conocimiento matemático y anterior al momento de la confusión de las lenguas. Noé o Nemrod, en consecuencia. Noé debería descartarse, pues el modelo iconográfico corriente en la Nápoles del siglo XVII lo hacía barbado y anciano. La oscuridad debajo de las cejas de nuestro personaje se adecua mejor a la personalidad alucinada de Nemrod, rey de Babel y mítico constructor de la malhadada torre con la que se quiso alcanzar los cielos (Gen. 10-11). La inclusión de esta figura en una serie de sabios antiguos llevaba a incorporar la tradición bíblica, por la vía de un paralelismo cronológico y mítico, en una base cultural común a toda la civilización europea, que reverberaba en la nueva era de la ciencia y de los saberes modernos al mismo tiempo que comenzaba a despojarse de cualquier particularismo religioso. La operación estética de Luca Giordano abría quizás, de esta suerte, el camino hacia la teoría de las eras de los dioses, de los héroes y de los hombres que otro napolitano, Giambattista Vico, expondría poco después en su
Scienza Nuova (1725-1744) (2).
por José Emilio Burucúa
1— Agradecemos la colaboración del erudito Luis Faifman al respecto.
2— Bibliografía aludida en el texto: Athanasius Kircher, Turris Babel sive Archontologia: qua primo priscorum post diluvium hominum vita, mores rerumque gestarum magnitudo, secundo turris fabrica civitatumque exstructio, confusio linguarum & inde gentium transmigrationis, cum principalium inde enatorum idiomatum historia, multiplici eruditione describuntur & explicantur. Amsterdam, ex officina Janssonio-Waesbergiana, 1679; Luigi Salerno, “Il dissenso nella pittura. Intorno a Filippo Napoletano, Caroselli, Salvator Rosa e altri”, Storia dell’Arte, Firenze, 1970, nº 5, p. 35-65; Giambattista Vico, La Scienza Nuova. Introducción y notas por Paolo Rossi. Milano, Biblioteca Universale Rizzoli, 1977 [1744]; Nicola Spinosa, L’opera completa di Ribera. Prólogo de Alfonso E. Pérez Sánchez. Milano, Rizzoli, 1978; Umberto Eco, La búsqueda de la lengua perfecta en la cultura europea. Barcelona, Crítica (Grijalbo-Mondadori), 1994; Nicola Spinosa y Alfonso E. Pérez Sánchez, Luca Giordano. La imagen como ilusión. Napoli, Electa, 2004; Charles G. Salas, “Elements of Ribera”, Getty Research Journal, Los Angeles, nº 1, 2009, p. 17-26.