Comentario sobre Sahumador
Hacia fines del siglo XIX, orden y progreso, civilización o barbarie fueron las consignas del reducido grupo de poder que encaró el proceso de construcción de una nación moderna y la cristalización de su identidad nacional. Para dicho grupo, el mundo colonial estaba asociado al atraso político y religioso, pero era el único referente de prestigio y, combinado adecuadamente con una buena dosis de modernidad, resultaba eficaz. Así fue cómo, junto a otras herramientas de construcción, el coleccionismo de elite fue plasmando un discurso que enlazaba el pasado con el futuro anhelado. En Buenos Aires brotaron los museos domiciliarios, atiborrados de colecciones
eclécticas y, en ellas, la platería colonial y la de la primera mitad del siglo XIX ocuparon un lugar de privilegio. Su valor pasó a ser testimonial. El legado de la familia Guerrico al MNBA no escapó a estas generalidades.
Dentro de un abrumador contexto de expresiones de arte modernista del siglo XIX y antigüedades europeas y orientales, resalta una selección de platería argentina e hispanoamericana de los siglos XVIII y XIX. Pero es importante señalar que la adquisición de platería no estuvo a cargo de los forjadores de la gran colección, sino de la esposa de José Prudencio de Guerrico, María Concepción Güiraldes (1). Aquí entran en juego otras perspectivas de análisis.
En primer lugar, el papel de la mujer en las familias tradicionales a la hora de la conservación de los bienes suntuarios de los antepasados como testimonio de la continuación de un linaje. En segundo lugar la brecha generacional entre los cónyuges. Posiblemente la colección personal de María Concepción comenzara a tomar importancia a partir de la muerte de su esposo en 1902, contemporáneamente a la conformación de los acervos de sus primas, también inclinadas, sobre todo Mercedes de Guerrico de Bunge (2), a la adquisición de platerías hispanoamericanas, en coincidencia con la “era de los centenarios”, entre 1892 y 1920, la que favoreció la revalorización de la herencia española legada por la conquista. En la pequeña aldea de Buenos Aires, para fines del siglo XVII, se hallaban documentados veintiocho plateros para una población apenas superior a los cinco mil habitantes. La cifra llega a doscientos para las dos últimas décadas del siglo XVIII, con una población que rondaba los casi 32.300, constituyéndose, así, en la cofradía de artesanos más fuerte e influyente en la capital del Río de la Plata (3). Una consecuencia de las luchas independentistas fue la pérdida de las minas de Potosí, fuente de la materia prima. Pero esta pérdida y la separación cultural con Perú y España, a su vez, permitieron que el arte de la platería rioplatense despegara y adquiriera su propia identidad. Ya no existieron dependencias de estilos, sino un nuevo crisol de tendencias y formulaciones estéticas en donde amalgamar los restos de la tradición hispanoamericana con los nuevos diseños y técnicas importados desde Europa. Son justamente las piezas pertenecientes al período que va desde la disposición del virrey Arredondo, quien intentó imponer a los plateros porteños la obligación de marcaje en 1791, hasta la reglamentación de la ley de oro y plata en el decreto de 1837, durante el período federal, las más interesantes dentro de la colección Guerrico. La familia de plateros Martínez, poseedora de varios talleres en Buenos Aires a lo largo del siglo XIX, remonta su estirpe artesanal en la ciudad hasta 1745, año de la llegada del primero de sus miembros dedicados al oficio: Mariano Zarco y García de Alcalá. Su yerno, Jerónimo Martínez, natural de Buenos Aires, pertenece a la generación puente entre la prestigiosa hermandad colonial de plateros y los primeros años de limitada actividad artesanal durante el período independiente. Su nieto, Mariano Martínez, nacido en las postrimerías de la colonia, es ya un genuino representante de la instalación del nuevo gusto y de las nuevas técnicas que delinearon lo que hoy se entiende como platería argentina (4). A simple vista, el sahumador o pebetero seleccionado para este catálogo, firmado y fechado por Martínez en Buenos Aires en 1822, por su recargada ornamentación, puede parecernos un producto de fecha más tardía a la marcada en su base. Pero si analizamos por separado cada uno de los elementos que lo componen, podemos interpretarlo como un alarde de técnicas y motivos decorativos propios del período de transición al que pertenece. La cazoleta, oculta bajo el profuso cincelado de motivos vegetales, sigue siendo una urna neoclásica, al igual que los balaustres y arandelas que conforman el astil junto con el cisne. Incluso, las guirnaldas de la base, aquí confundidas con los pies en forma de rosas, nos remiten a la platería de principios del ochocientos, solo que, en ese tiempo, hubieran sido utilizadas como ornamentación única sobre una superficie lisa y bruñida. Son, entonces, por un lado, el lenguaje con que fueron utilizados todos estos elementos y, por el otro, su intencionada negación de la línea recta los que modernizan la pieza, acercándola a los parámetros estéticos del neorrococó, deudor cultural de la Restauración europea que terminará por imponerse en Buenos Aires en las décadas subsiguientes. En cuanto a las marcas y punzones, la pieza se presenta también como modélica dentro de un extenso corpus de obras anónimas, debidas a la reticencia de los plateros argentinos de todos los tiempos a firmar sus producciones. Que el apellido familiar aparezca en dos oportunidades puede responder a diversas circunstancias: la primera que el artesano quisiera demostrar el orgullo inspirado por la pieza terminada (5), la segunda que alguno de los Martínez, posiblemente Jerónimo, actuara como fiel contraste. La marca de la ciudad, a su vez, es la mejor prueba de autenticidad, pues la fórmula con las siglas “Bs As” aparece también en otra pieza de Martínez, fechada para el año 1837, perteneciente al convento de San Francisco de Buenos Aires.
por Gustavo Tudisco
1— María Concepción Güiraldes fue también la primera mujer argentina coleccionista de armas.
2— Lucrecia de Oliveira Cézar, Los Guerrico. Buenos Aires, Gaglianone, 1988, p. 61-80.
3— Adolfo Luis Ribera, 1996, p. 107-216.
4— Adolfo Luis Ribera, 1985, p. 312-323.
5— Ibidem, p. 321.
Bibliografía
1985. RIBERA, Adolfo Luis, “Platería” en: AA.VV., Historia general del arte en Argentina. Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, vol. 4, p. 318-319.
1996. RIBERA, Adolfo Luis, Diccionario de orfebres rioplatenses. Siglos XVI al XX. Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, p. 95 y 102.