Comentario sobre El castillo de Chenonceaux
Un hombre con camisa azul, llevando una herramienta de trabajo, va por un camino de campo sobre las orillas del río Cher. El personaje está allí, visible, pero lo que hace aquí el pintor Paul Désiré Trouillebert es, sin embargo, mostrar la total disonancia de un paisaje. En este óleo sobre tela de 1905, titulado
Le Château de Chenonceau (Cher), el artista propone una vista de la arquitectura renacentista de una de las joyas del valle del Loira, presentándola bordeada de árboles y de cielo. He aquí la paradoja: el pintor se interesa por esta joya “sin precisión”, insertándola armónicamente en su composición del natural.
Trouillebert, que en sus primeras épocas fue pintor de retratos, desnudos y escenas costumbristas (
La servante de harem, 1874, Musée des Beaux-Arts, Niza), se dedicó a partir de 1880 casi exclusivamente al estudio del paisaje, inducido por el equilibrio de las composiciones y las tonalidades cálidas del maestro Jean-Baptiste Camille Corot (1796-1875), con el que con frecuencia fue comparado (1). Por su tratamiento del motivo se acercó también a los paisajistas de la Escuela de Barbizon, que celebraban la idea de una naturaleza divina y dominante bajo la égida de Théodore Rousseau (
Un vieux chêne de Fontainebleau, 1852, Museum Mesdag, La Haya). El lugar del hombre es siempre ínfimo. Aquí, vuelve la espalda al espectador, anunciando su alejamiento. Podría evocar las siluetas campesinas que a Jean-François Millet le gustaba ubicar en los campos (
L’homme à la houe, 1860- 1862, The Getty Center, Los Ángeles), pero no tiene ni su omnipresencia ni su grandeza. Se insinúa, casi se borra, se confunde con el entorno.
Hay espacios donde algunas pinceladas de ocre rojo responden al tono pardo otoñal de las hojas de árbol. Esos árboles, cuyo follaje está sutilmente esbozado, son tratados como los personajes principales del cuadro; desafían a la arquitectura, ocupan la mitad de la escena y toda su altura. El pintor siente afecto también por las orillas y los ríos, todos esos lugares que rozan la humedad e incitan al uso de tonos brillantes como los grises plateados. De estos elementos se desprende una impresión inmutable de paz y de calma, una estabilidad que ilustra el realismo de la pintura al aire libre: “Solo trabajo del natural, no admito el estudio copiado nuevamente en el taller”. Trouillebert defiende la visión tradicionalista y ensalza la fidelidad a la realidad. Pinta casi siempre sobre un soporte de fondo rojo pardusco montado sobre una tela de lino mediana y utiliza la técnica
alla prima, que permite la aplicación de capas superpuestas de pintura fresca.
Mediante un encuadre fotográfico, Trouillebert resalta el carácter fragmentario del paisaje, donde las ramas devoran con delicadeza un inmenso cielo cambiante, herencia de los pintores holandeses del siglo XVII (Meindert Hobbema,
The Avenue at Middelharnis, 1689, The National Gallery, Londres).
La luz y los matices coloreados de las variaciones atmosféricas evocan más bien la influencia de los pintores ingleses de comienzos del siglo XIX (John Constable,
The Hay Wain, 1821, The National Gallery, Londres).
Pese a afirmar que los impresionistas se valían de “teorías de ópticos” (2), Trouillebert presagió, no obstante, sus experimentaciones. Prueba de ello es el tratamiento del brazo de agua, que parece precipitar la llegada del admirable cromatismo de los
Nymphéas de Claude Monet (Musée de l’Orangerie, París).
El castillo de Chenonceau se inscribe en la larga evolución de la pintura paisajista, pero cristaliza asimismo las investigaciones del artista; este óleo de pequeño formato es, efectivamente, una obra tardía (3), en la que el pintor impuso su propio estilo, liberándose del romanticismo de Corot.
por Marie Lesbats
1— La prensa lo definió como “Corot para los pobres”, cf. Marumo; Maier y Millerschön, 2003, p. 38.
2— “No son más que teorías de ópticos… Gente que ve azul. La física puede descomponer la luz, es su función, pero no la nuestra”, citado en: Marumo; Maier y Millerschön, 2003, p. 46.
3— Existe una versión fechada en 1895 también titulada Le Château de Chenonceau (Cher), no localizada. Presenta la misma composición, salvo el personaje: un pequeño pescador a orillas del Cher reemplaza al campesino con la herramienta.
Bibliografía
2003. MARUMO, Claude; Thomas Maier y Bernd Millerschön, Paul Désiré Trouillebert, catalogue raisonné de l’oeuvre peint. Stuttgart, Édition Thombe, 2003, p. 445.