Retrato de Manuel D. Rodríguez
García del Molino, Fernando. c. 1840
Más Informaciónsobre la obra
Inventario 7112
Obra No Exhibida
José León Pagano elaboró un juicio sobre García del Molino que continúa vigente: “predomina el dibujo dirigido a penetrar un rasgo definidor de lo individual, no a lograr un efecto pictórico […]. El modelo está observado, fue visto, como sabía verlo él: con sumisión alerta” (1).
Sin duda, es la capacidad de observación fisonomista, preferentemente medias figuras y retratos sedentes, y formas compositivas probadas que reitera con leves variaciones, lo que distingue la obra de García del Molino. Esto otorga a sus retratos una aparente uniformidad. Al igual que Carlos Morel, fue un artista nacido junto al proceso revolucionario, que vivió las sucesivas crisis de legitimación política y la larga guerra civil. La revolución había causado el abrupto final del proceso de modernización italianizante de la pintura en Buenos Aires (Martín de Petris, Ángel Camponeschi) para regresar al universo colonial de plateros, sin artistas que pudieran responder a las demandas de retratos. García del Molino, si no había logrado adquirir una plena educación formal, sí pudo alcanzar las bases del oficio con los pintores extranjeros establecidos en la década de 1820, es decir, el comienzo de una enseñanza regular con José Guth y la presencia intermitente de sólidos retratistas como Amadeo Gras, Jean-Philippe Goulu, Cayetano Descalzi y Jacobo Fiorini que inauguran la etapa de arte republicano.
Sin duda, García del Molino intentó emular la forma de pintar de este último, de gran demanda a comienzos de la década de 1830 cuando aquel comenzaba su práctica artística. García del Molino fue llamado el pintor federal por su convicción política y fidelidad hacia el régimen de Rosas, que perduró hasta su vejez. Su pintura, entonces, se distancia de cualquier distinción jerárquica para asumirse plenamente como expresión de fe política. Sintomáticamente es la cintilla federal, el distintivo “colorado punzó” el plano de color que no intenta ser compensado visualmente, sino remarcado en su función atributiva, en algunos casos hasta como centro del punto de vista (Retrato del General José Félix Aldao, Museo Histórico Nacional de Buenos Aires). Retrato de María Josefa Ramona Herrera, datado en 1842, presenta una forma convencional aplicada por García del Molino en sus retratos femeninos: un rostro de carácter con sus rasgos marcados por un dibujo cerrado, la línea de luz que marca el eje de la nariz, la figura sedente apoya un brazo que deja caer la mano que sostiene un pañuelo, en la otra un abanico, el vestido oscuro iluminado por la mantilla resuelta mecánicamente, el peinado tocado por el moño federal como nota de color más vigorosa. El fondo enmarca la figura y a la izquierda se observa la reiterada fórmula de la ventana abierta al paisaje (este se repite, casi sin variaciones, en el Retrato de Manuela González de Quirno, colección particular). El “pintor federal” retrató a todas las mujeres cercanas a Juan Manuel de Rosas: su mujer Encarnación Ezcurra, su cuñada María Josefa Ezcurra, su hermana Agustina Rosas de Mansilla, su suegra Teodora de Arguibel de Ezcurra y su hija Manuelita Rosas. ¿Qué dama federal –de aquellas que demostraron su devoción con vivas al carro alegórico que recorrió la ciudad con la imagen de Rosas realizada por García del Molino– no intentaría tener su retrato de divisa ejecutado por la misma mano?
1— José León Pagano, Fernando García del Molino. El pintor de la Federación. Buenos Aires, Secretaría de Educación, Subsecretaría de Cultura, 1948, p. 28-29. Véase: Adolfo Luis Ribera, “La pintura” en: AA.VV., Historia general del arte en la Argentina. Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, 1984, vol. 3, p. 218-224.
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