Comentario sobre Autorretrato de las vocaciones frustradas
Autorretrato de las vocaciones frustradas resulta una pieza clave en la trayectoria de Antonio Seguí, tanto por el giro que implicó en su pintura como por el lugar que ocupó en su inserción en el mercado de arte y en el desarrollo de su carrera profesional. Si bien hacia 1962 Seguí había abandonado una abstracción lírica de tonos terrosos, con obras como esta definió una serie de cambios que lo vincularon con las nuevas figuraciones: aclaró su paleta, aligeró la carga matérica, delineó las formas con mayor nitidez e incorporó letras, números, flechas y tachados a su iconografía.
En 1963, el mismo año en que Seguí participó del Premio Nacional organizado por el flamante Centro de Artes Visuales (CAV) del Instituto Torcuato Di Tella, Jorge Romero Brest –director del CAV– promovió la adquisición de
Autorretrato de las vocaciones frustradas por parte del Instituto. Esta venta por un monto considerable le permitió planificar una estadía de tres o cuatro meses en el extranjero (1). En octubre Seguí viajó a París, donde Antonio Berni le prestó su taller por un tiempo. En la capital francesa, su profesionalización se aceleró. Apenas llegado, expuso en la Bienal de París de 1963 y vendió 13 de las 15 pinturas de la serie de
Felicitas Naón (2). Al año siguiente, realizó exposiciones individuales en las galerías Jeanne Bucher y Claude Bernard, con muy buen resultado comercial.
Autorretrato de las vocaciones frustradas parece constituir además un punto de inflexión en la concepción de sí mismo en cuanto artista. Hacer del arte una profesión implicaba declinar otras vocaciones. Esta pintura de gran formato nos muestra el rostro de Seguí repetido siete veces –la misma fotografía fotocopiada y adherida– sobre la superficie de la tela dividida en seis recuadros. El artista caricaturizó su propia imagen mediante procedimientos similares a los utilizados sobre las fotografías en la serie de
Felicitas Naón: agregando rasgos y vestimentas con pinceladas rápidas. Las inscripciones con letras de plantilla ofrecen pistas para dilucidar algunas de esas inclinaciones dejadas de lado.
En el ángulo superior derecho se ve al pintor con una melena voluminosa y la inscripción “año 1905”. Si tenemos en cuenta que mientras estudiaba abogacía en Córdoba, Seguí militó en la juventud frondicista, es posible pensar que la fecha alude a la sublevación organizada ese año por la Unión Cívica Radical con Hipólito Yrigoyen –el Peludo– a la cabeza. En el ángulo inferior derecho también predominan el rojo y el blanco, los colores de la UCR: se muestra a Seguí como militar, con gorra y espada. Al lado puede leerse “1935”, el año en que la UCR volvió a participar de las elecciones luego de años de política abstencionista durante el gobierno
de facto de Agustín P. Justo. Mucho más tarde, Seguí aclaraba: “A mí me encanta la política. Pero tuve que elegir entre la pintura y la política y me quedé con la pintura. […] Por otra parte, así como no entendí cómo funcionaba el medio artístico en Buenos Aires, tampoco entendí cómo funcionaba el medio político” (3). En su obra, Seguí evitó alusiones directas a programas políticos que sujetaran el tono lúdico y mordaz de sus imágenes, pero no por eso frustró su vocación por la política.
por Isabel Plante
1— Vicente Zito Lema, “Antonio Seguí. Las tribulaciones de un cordobés que triunfa en París”, El Cronista, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1975, p. 1-2.
2— Carta de Antonio Seguí a Edward Shaw, 16 de noviembre de 1963 en: “Cronología”, Antonio Seguí. Exposición retrospectiva 1958-1990. Buenos Aires, MNBA, 1991, p. 158.
3— Entrevista a Seguí en: Ana Borón; Mario del Carril y Albino Gómez, Por qué se fueron. Testimonios de argentinos en el exterior. Buenos Aires, Emecé, 1995, p. 167.
Bibliografía
1981. OLDENBURG, Bengt, Seguí. Pintores argentinos del siglo XX. Buenos Aires, CEAL, n. 48, reprod. color n. 1.