Comentario sobre Los amantes
Desde los comienzos de su carrera, Marc Chagall desarrolló una iconografía artística distintiva y profundamente personal, con un estilo pictórico entre onírico y folklórico. Y aunque sintió la influencia de la explosión de las estéticas y las filosofías modernistas de la primera mitad del siglo XX –y la curiosidad lo acercó en diversos momentos al fauvismo, al cubismo, al expresionismo y al surrealismo–, su imaginería expresiva se mantuvo notablemente coherente y fiel a sus fuentes de inspiración imperecederas: el origen jasídico de su familia; Witebsk, su lugar natal en Bielorrusia; el profundo amor que tuvo tanto por su madre como por su primera esposa Bella, y su primer eufórico encuentro con Francia y la ciudad de París.
Dentro de su repertorio de temas, la idea del amor extasiado –personificado en amantes exaltados y absortos como en
Los amantes, de 1959– ocupó un lugar preponderante. La apuesta permanente por el amor como una emoción triunfante frente a los obstáculos de la vida –en el caso de Chagall, las dos guerras mundiales, una revolución y la muerte de su amada esposa– fue explicada por él mismo: “A pesar de todos los problemas de nuestro mundo, en mi corazón nunca abandoné el amor en que fui criado o la esperanza del hombre en el amor.
En la vida, igual que en la paleta del artista, hay un solo color que da sentido a la vida y al arte, el color del amor” (1).
El motivo de los amantes entrelazados había aparecido por primera vez en sus obras en 1915. Después de una ausencia de cuatro años, Chagall regresó a Rusia desde París, y mientras Europa caía en guerra y Rusia estaba en el pico de la revolución, se casó con Bella Rosenfeld y celebró la unión con una serie de pinturas, incluyendo una de sus más conocidas obras sobre el tema,
The Birthday (1915, The Museum of Modern Art, Nueva York). En un cuarto modesto una pareja flota y se besa, como elevada por la pura fuerza de su emoción, por encima del entorno cotidiano, el ambiente humilde que Chagall pinta meticulosamente. La falta de gravedad es una alegoría del júbilo que el pintor sentía en su amor por su esposa, una transcripción visual de una tierna exaltación que también expresó en palabras: “Solo debía abrir la ventana de mi dormitorio y fluían adentro el aire azul, el amor y las flores con ella. Vestida de blanco o toda de negro, ella rondaba en mis pinturas, y fue la imagen central de mi arte” (2). Los ecos de esta metáfora literaria, en la cual el afecto de Chagall por Bella fue imaginado como una abundancia de flores y un flujo azul, todavía resuenan en el lenguaje pictórico que usó para expresar la ternura de
Los amantes. La proliferación de flores en las obras de Chagall, no el delicado
bouquet que Bella sostenía en
The Birthday, sino un estallido de ramos apenas contenidos en la tela, y en los que, como en
Los amantes, las figuras enamoradas anidan, aparecieron en los cuadros del artista en la década de 1920, y junto con el motivo de la pareja entrelazada levitando son un símbolo del amor romántico y puro. Urgido por su esposa, Chagall había abandonado la agitación de la Unión Soviética en 1922, y llegó a París al año siguiente, tras una breve estadía en Berlín. La delicadeza y la atracción popular de las flores de Chagall reflejaban un ánimo general de alivio y diversión durante la década de posguerra en Francia. En los fastuosos ramos que Bella a menudo llevaba a su casa –calas, peonias y lilas– el artista redescubrió la luz y la libertad de la
douce France y la de sus maestros, especialmente las últimas obras de Pierre-Auguste Renoir y Claude Monet y las naturalezas muertas de Pierre Bonnard (3). Tal conjunción fue la base de
Lovers in lilacs, de 1930 (colección privada), en el cual las flores exuberantes forman una cama aromática para la pareja: un Chagall totalmente vestido abrazando a Bella con los pechos desnudos, a la luz de la luna. Este elemento de personificación que distinguió la imaginería de los amantes del artista durante toda la vida de su esposa cambió después de la muerte de esta en 1944.
Los amantes pertenece a un grupo de obras en las que el amor aparece incesantemente como un concepto abstracto (4). En el mundo optimista de Chagall, la emoción seguía viva, pero ya no estaba encarnada en Bella. Una joven con los pechos desnudos yace satisfecha en los brazos de su amante anónimo, y en la distancia, detrás del árbol florecido que protege su ensoñación, se alza la Torre Eiffel. En ese tiempo Chagall ya no vivía en París sino en Saint-Paul de Vence, cerca de Niza, donde se había establecido en 1950.
La Torre Eiffel, al igual que la pareja y las flores, también se había convertido en un símbolo abstracto. Había aparecido en las obras de Chagall poco después de su arribo a París, en 1910, primero en un
Autorretrato con siete dedos, ca. 1912 (Stedelijk Museum, Ámsterdam) y luego con mayor suceso en
Paris through the Window de 1914 (Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York), que representó el enamoramiento de Chagall por su ciudad recientemente adoptada, la excitación de su descubrimiento, la euforia por sus posibilidades y la emoción de su modernidad. Unos cuarenta y cinco años después, recordada a través del tiempo y la distancia, junto con los enamorados y las flores, señalaba la nostalgia por la dulzura de la juventud. A lo largo de su carrera Chagall fue famoso por el uso lírico del color. Tras su mudanza al sur de Francia sus obras se empaparon poco a poco de una nueva e intensa paleta mediterránea; los azules brillantes, los amarillos lustrosos y los pálidos tonos púrpura dominan en
Los amantes. El color triunfa sobre la forma, salpicaduras y manchas de tonos vibrantes bailan sobre toda la superficie de la pintura, ajenas al trazo del artista, en una modalidad típica de sus últimos trabajos. Allí donde el blanco del papel se revela, la luz –la primera metáfora del amor para Chagall– penetra e ilumina la imagen. El mismo año que pintó
Los amantes empezó a diseñar las dos ventanas del deambulatorio de la catedral de Saint-Étienne en Metz, comenzando así una nueva etapa de su carrera. El colorido transparente de sus acuarelas anticipa las innovaciones que lideraría utilizando el vidrio; ya no usará el plomo para encerrar el color o definir la forma, sino como líneas rítmicas que interactúan con la luz y el color para plasmar el plano inmaterial y visionario que define su obra (5).
por Kate Kangaslahti
1— Citado en: Jacob Baal-Teshuva, Chagall. Köln, Taschen, 1998, p. 10.
2— Marc Chagall, My life. New York, Da Capo Press, 1994, p. 123.
3— Jean Cassou, Chagall. New York, Praeger, 1966, p. 165.
4— Jackie Wullschlager, Chagall: A Biography. New York, Knopf, 2008, p. 462.
5— Werner Haftmann, Marc Chagall. New York, Abradale Press, 1998, p. 31-32.