Comentario sobre Contrastes
La educación artística de Emilio Vedova transcurrió de manera absolutamente informal. Creció en Venecia, en una familia de artesanos decoradores; asistió en Roma a clases libres de desnudo con Amedeo Bocchi en la via Margutta; luego se trasladó a Florencia, junto a Hermann Pircher, un artista que lo acercó al mundo de la naturaleza, y allí instaló su estudio en Conventino, un edificio apartado de la vieja periferia destinado a
ateliers para artistas sin prejuicios, y finalmente, en 1938, se estableció en su ciudad, donde, al año siguiente, consiguió un estudio gracias a la Fundación Bevilacqua La Masa.
En 1942 participó en el Premio Bergamo con tres obras y en 1943 se acercó al grupo Corrente y expuso en la galería milanesa La Spiga.
Concluida la guerra, que lo encontró activo en las filas de la Resistencia, se adhirió a los movimientos de renovación de los lenguajes artísticos. En 1946 firmó en Milán el
Manifesto del realismo y en Venecia estuvo entre los fundadores de la Nuova Secessione Italiana, que luego se llamaría Fronte Nuovo delle Arti. Convencido de los valores éticos, además de los emocionales, de la abstracción, e intolerante con los moralismos propios de la elección de los temas del arte neorrealista, desde 1948, año en que participó como invitado en la Bienal de Venecia y en la
Prima mostra nazionale d’arte contemporanea organizada en Bolonia por la Alleanza della cultura –una filiación del Partido Comunista italiano–, se alineó con los abstractistas compartiendo la línea cultural de Lionello Venturi, a tal punto que en 1952 entró a formar parte del Gruppo degli Otto impulsado por el crítico. Su marcado individualismo y su fe en el arte como manifestación participativa de la situación social y política de su tiempo lo llevaron sin embargo a despegarse muy pronto de ese movimiento por no tolerar las inflexiones esteticistas propias del mismo (1). Desde entonces se expresó, cada vez con mayor vitalidad, a través de un lenguaje de fuerte impacto visual, basado en la fuerza del gesto con el cual las pinceladas se disponen sobre la tela hasta crear un complejo tejido de planos capaz de multiplicar el espacio, que llega a suscitar una perturbadora sensación de
horror vacui. “La imagen espacial es agitada, inquietante, dramática”, escribió a propósito Giulio Carlo Argan, “no puede contenerse en un plano de proyección único: el espacio del cuadro se hace añicos y forma muchos planos también materialmente distintos”. Es un cosmos que se convierte en caos: frente a la sucesión de acontecimientos sociales que ofenden y mortifican la conciencia, Vedova reacciona denunciando la ruina de los grandes valores de la naturaleza y de la historia, demostrando cómo solo con la insubordinación moral se puede recuperar la condición natural e histórica de la libertad (2).
Es a través de la tensión entre los fuertes contrastes de los medios pictóricos que el artista logra una expresión de gran impacto emotivo: un trazado con ritmo impetuoso, tumultuoso, basado en el turbulento alternarse del blanco y del negro, que se interrumpe aquí y allá con una nota decidida de amarillo o de rojo y da vida a una secuencia espacial “apoteósicamente turbada” (3). Un espacio cósmico alterado que refleja la situación del mundo contemporáneo, que el artista elabora con encendida expresión y vehemencia gestual, con la convicción de que el acto de pintar es un “vuelco catártico hacia la apertura de una nueva conciencia” (4), para así poder atrapar “instantes, destellos de verdad”, según las afirmaciones del propio Vedova, reveladoras de su concepción respecto de la función moral del arte.
A fines de los años cincuenta, cuando empezó a pintar los
Contrasti, obras que también en su título muestran la agitación provocada por las antinomias de los colores y del trazo robusto, la abstracción gestual del artista presenta indudables consonancias con el estilo de la
action painting estadounidense, y al igual que ella, corresponde al ámbito del así llamado “expresionismo abstracto”. A la impetuosidad de la acción pictórica, provocativa pero al mismo tiempo sostenida por una íntima estructura formal, Emilio Vedova aproximaba meditadas referencias a la tradición, en particular a la obra de Tintoretto, amada por sus contrastes de luz y sombra en el ímpetu de un ritmo cursivo, hasta infundir en sus inquietas estructuras espaciales la pasión y el énfasis cromático que impregnaban las telas y los retablos del gran veneciano. En última instancia –se escribió– para el artista lo que tenía verdaderamente significado era la naturaleza del hombre, “el latido de su corazón y su íntima y agitada existencia” (5).
Contrasti llegó al MNBA gracias a la colección del ingeniero de origen italiano Torcuato Di Tella, quien se estableció en 1913 en la Argentina, donde fundó una de las mayores empresas metalúrgicas. Demócrata convencido, luchó activamente contra el fascismo en Italia. Además se desempeñó como profesor de Economía en la Universidad de Buenos Aires y armó una colección de pinturas siguiendo los consejos de Lionello Venturi, sugeridos en intrínseca armonía de intenciones y de gustos con el coleccionista. Después de la muerte de este, en 1948, la colección fue continuada por su hijo Guido.
por Silvestra Bietoletti
1— Emilio Vedova, Scontro di situazioni. Libertà dell’espressione. Milano, All’insegna del pesce d’oro, 1963, p. 12.
2— Giulio Carlo Argan, L’arte moderna 1770/1970. Firenze, Sansoni, 1970, p. 738.
3— Werner Haftmann en: Emilio Vedova. Pagine di diario. Milano, Galleria Blu, 1960, p. 74.
4— Ibidem.
5— Ibidem, p. 75.