Comentario sobre Santiagueños
1921 es la fecha de reentrada de Ramón Gómez Cornet en la escena artística argentina después de lo que fue su primer viaje a Europa, iniciado en 1917. La exposición mereció la crónica extensa de Fernán Félix de Amador en el diario
La Época: señaló su irrupción con una imagen nueva, ligada a las figuraciones contemporáneas y deudora de las experiencias de las primeras vanguardias. El artista, según testimonio de su hija Adelina, destruyó casi todos sus trabajos de este período (1). Fondos planos con juegos geométricos son los que aparecen en la reproducción de la prensa y que es posible encontrar en obras como el
Autorretrato de 1921 (colección privada, Buenos Aires). La geometría de los elementos del fondo y la camisa del artista dinamizan este autorretrato, cuyo rostro sólido, contundente, se convierte en máscara escultórica en el encuentro de los ojos vacíos. La geometría subyace en toda la obra generando una tensión entre la figuración naturalista y la abstracción, a través del juego plástico con diferentes elementos. Gómez Cornet realizó un segundo viaje a Europa luego de esta presentación y tomó contacto con el medio local. A su regreso, ya en la segunda mitad de los veinte, su figuración se situó dentro de lo que se reconoce como los realismos contemporáneos. Así, trabajos como estos
Santiagueños de 1927 exhiben la nueva manera producida en el encuentro con los personajes de provincia y los recursos de la pintura contemporánea. Resulta de particular interés observar el giro que en la obra de Gómez Cornet asumió el debate por un arte nacional que contemporáneamente sostuvieron las pinturas de Fernando Fader, Jorge Bermúdez o Cesáreo Bernaldo de Quirós, entre otros. Frente al pintoresquismo presente en estas versiones del “nativismo” –un término en uso en la época para calificar la pintura de tipos regionales–, la obra de Gómez Cornet avanza sobre los mismos motivos con los personajes de provincia (su provincia: Santiago del Estero) desde una mirada moderna. El encuadre de la composición, el emplazamiento de los personajes en el espacio, el rebatimiento de la banqueta dado por el punto de vista alto desde el que está planteada la escena, sumados al uso del color con escasos matices, casi como tintas planas generando una imagen de gran simplicidad, dan como resultado una obra de un carácter nuevo; capaz de inscribirse dentro de aquellas que la crítica de entonces identificaba como procedentes de una “nueva sensibilidad”. Así, obras como esta de 1927 se posicionan dentro del debate por el arte nacional desde la perspectiva militante de un arte moderno, enriqueciendo la trama de finales de la década del veinte signada por la irrupción de la disputa por un lugar dentro de la construcción de un imaginario nacional.
por Diana B. Wechsler
1— Entrevista de la autora con Adelina Gómez Cornet, Buenos Aires, septiembre de 1989.