Comentario sobre La mujer del páramo
Con un claro dominio de la figuración contemporánea y situado ante la práctica artística con la certeza de que el artista ocupa un lugar clave dentro de la sociedad, destinado a revelar imágenes que interpelen al espectador sobre diferentes aspectos del mundo contemporáneo, Juan Carlos Castagnino transita los años treinta y cuarenta aquilatando experiencias que vuelca productivamente en trabajos como
La mujer del páramo. En 1933 había tenido la ocasión de integrar junto a David Alfaro Siqueiros, Lino Enea Spilimbergo y Antonio Berni el equipo poligráfico que llevaría adelante lo que se convirtió en una desafiante propuesta: pintar un mural en el sótano de la quinta en Don Torcuato de Natalio Botana, quien fuera el director del diario
Crítica. Los tres meses de trabajo en el sótano de Botana fueron para los artistas la oportunidad de explorar técnicas y modos de trabajo hasta el momento no transitados. “Era la oportunidad extraordinaria de seguir, escuchar y vivir las experiencias y opiniones de realizadores como Siqueiros, Spilimbergo y Berni que constituían el equipo ejecutor” (1).
Esta experiencia de trabajo colectivo sentó las bases de amistades que se prolongaron por muchos años y que condujeron a la realización de otros equipos como el que integraron Castagnino, Berni y Spilimbergo con Urruchúa y Colmeiro para la constitución del Taller de arte mural que llevó a cabo los murales de las Galerías Pacífico de Buenos Aires en 1946. Señala Martha Nanni la “permanente devoción por la naturaleza, por el paisaje de la llanura” como una marca de identidad del trabajo de Castagnino. A esto le suma su vocación por la observación de los seres que habitan esos espacios.
Así, siguiendo a Nanni, a su propia mirada se suma la de los fotógrafos Anatole Saderman y Annemarie Heinrich quienes albergaban en su archivo gráfico sus registros de diversas tareas rurales. 1944 es una fecha de particular importancia para la biografía artística de Castagnino ya que fue el año de su primera muestra individual, realizada en julio en la galería Sagitario de Buenos Aires. Ese mismo año realiza
La mujer del páramo, obra que presentó al Salón Nacional de Bellas Artes y con la que obtuvo el segundo premio. El trabajo se inscribe dentro de esta serie de intereses ligados a sectores de trabajadores humildes y esforzados que –como esta mujer– llevan con dignidad y hasta un rictus de sonrisa la pesada labor diaria. Una paleta de tierras y ocres integra a los personajes con el paisaje, en este caso un espacio en donde la llanura se encuentra con las serranías.
Aquí la aridez está señalada por las ramas secas que el personaje lleva sobre su cabeza, y por la escasa presencia de verdes. El cráneo de vacuno, abandonado al pie de la figura, subraya otro aspecto de esa cotidianidad y se presenta como
memento mori relocalizado en tiempo y espacio. Los apuntes de Castagnino muestran varios dibujos ligeros, de pocos trazos, que pueden presumirse como bocetos de esta obra. Por otra parte, esta se ubica dentro de una extensa serie de personajes que desde finales de los años treinta y avanzando sobre los cincuenta pueblan la producción del artista. No solo la pintura de caballete está habitada por estos seres, también los murales de la Sociedad Hebraica Argentina de Buenos Aires, realizados en 1942, o los que llevó a cabo en las Galerías Pacífico, donde los personajes se tornan más “universales”, asumen formas más “clásicas” y monumentales en busca de acceder a una imagen genérica que se enlace con el conjunto de paneles que integran el mural, destinados a narrar la relación del hombre con los elementos en colosales alegorías (2).
por Diana B. Wechsler
1— Juan Carlos Castagnino, entrevista sin datar en: Martha Nanni (cur.), Castagnino, otra mirada, cat. exp. Buenos Aires, Centro Cultural Recoleta/Fundación Banco Ciudad, 2001.
2— Sobre este tema puede verse la reciente tesis de maestría de Cecilia Belej, Disputas en el muro. Buenos Aires, IDAES/ UNSAM, 2009, mimeo.