Resulta imposible interesarse por el arte originario de América sin percatarse de la enorme carga de tiempo que encierra. Desde la segunda mitad del siglo XX la arqueología, en tanto disciplina científica y académica en la Argentina, ha ampliado los difusos límites de nuestra historia hasta los trece mil años antes del presente. Hoy sabemos que en esas remotas épocas la Patagonia ya había sido ocupada por sociedades indígenas que, entre otras muchas destrezas, habían desarrollado un complejo arte rupestre que expresaba su cosmovisión. Asimismo, la cultura material de estos grupos de pobladores iniciales no sólo se presentaba como el resultado de una refinada tecnología, sino que también revelaba valores simbólicos y la tenaz construcción de una memoria colectiva.
El tema central de la exposición
Arte originario: diversidad y memoria son las sociedades aborígenes que habitaron el rincón noroeste del actual territorio argentino y que comprende las provincias de Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero y hasta San Juan y Mendoza. El período que nos interesa es el que va desde el primer milenio antes de la era cristiana hasta aproximadamente la mitad del siglo XV AD.
Desde el punto de vista geográfico el NOA comprende las siguientes regiones naturales, determinadas por la altitud sobre el nivel del mar y las precipitaciones pluviales:
- la porción occidental de la llanura seca del Chaco;
- las laderas boscosas y selváticas (lasyungas) de las sierras subandinas;
- valles, quebradas y bolsones áridos entre las sierras subandinas y el macizo andino;
- el altiplano andino (la puna) por arriba de los 3 500 m.s.n.m.;
- la cordillera de los Andes.
La variedad del paisaje incentivó, por una parte, la explotación de los diversos recursos naturales y, por otro, el desarrollo de un intenso tráfico a larga distancia a través de las caravana de llamas. Estas redes de intercambio distribuían bienes utilitarios y simbólicos de crucial importancia para las sociedades andinas: productos agrícolas de distintas altitudes (papas, maíz, yuca, quinoa y tubérculos altiplánicos), frutos, miel, plantas medicinales y tintóreas, alucinógenos (cebil y achuma), pieles, vegetales (chuño) y carnes (charqui) deshidratadas, lana, tejidos, fibras, maderas, objetos y herramientas metálicas, piedras semipreciosas, sal, plumas y colorantes, animales, etc.
Desde el milenio anterior a la era cristiana las sociedades indígenas del noroeste de la actual Argentina desarrollaron una multiplicidad de manifestaciones artísticas que sorprenden por su belleza y expresividad. El dominio de las distintas técnicas cerámica, tejido, metal, escultura en piedra y madera es testimonio de la notable destreza con la que los pueblos originarios representaban su cosmovisión.
A través de estas creaciones descubrimos, por una parte, el complejo mundo simbólico de fuerte arraigo en las tradiciones históricas del mundo andino, pero cuyas manifestaciones poseen rasgos de una inconfundible personalidad propia. El análisis de fuentes arqueológicas, etno-históricas, etnográficas e históricas de los Andes nos ha permitido avanzar en la interpretación de algunas de estas manifestaciones artística. Así las placas y discos de bronce, por ejemplo, se vinculan estrechamente a la representación antropomorfa de la deidad solar (Punchao): un culto extendido por amplias regiones de los Andes y cuyo centro más importante de veneración se situaba en el lago Titicaca. Asimismo la reiterada representación de felinos (preferentemente jaguares) sobre distintos soportes, admite que se considere a este animal mítico como un elemento crucial en el culto al sol. La figura del jaguar aparece en los tejidos, tallas de madera, esculturas en piedra, grabados y pinturas rupestres o en objetos metálicos.
Un tema recurrente es referido al culto de los antepasados y que se plasma en esculturas en piedra: tal el caso de los llamados suplicantes y de los menhires o
huancas. Este arte habla del origen muchas veces mítico de los linajes y de las identidades colectivas como marcas de la memoria en el paisaje. En este contexto simbólico, la representación del poder no está ausente y probablemente nos habla desde el arte del desarrollo y afianzamiento de las desigualdades sociales hereditarias.
Desde la perspectiva del patrimonio cultural, es necesario un análisis crítico del proceso de modernización de la Argentina, que en la segunda mitad del siglo XIX abrió el debate sobre la construcción de una memoria nacional y, si bien no hubo opinión unánime al respecto, las poblaciones originarias americanas quedaron al margen de la ciudadanía y relegadas como mano de obra barata en el mercado capitalista. Si bien a comienzos del siglo XXÂ se destacan Ricardo Rojas y Joaquín Torres García por sus trabajos referidos al arte de indígenas y mestizos, es en la década de 1960 que se percibe una fuerte y creciente curiosidad por la cultura y, en particular, por el arte de las poblaciones originarias de la actual Argentina. En esta revalorización de lo americano fueron de gran importancia, por una parte, los estudios y escritos del arqueólogo Alberto Rex González sobre el antiguo NOA y, por otra, las obras y texto de los artistas César Paternosto y Alejandro Puente.
Divididas en ocho núcleos temáticos, las piezas proceden de la Cancillería Argentina: Colección Hirsch, del Museo Nacional de Bellas Artes: Colección Guido Di Tella, y de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata.
La muestra ha sido curada por José Antonio Pérez Gollán