Arte Argentino
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Sábado 10 de mayo de 2025
Viernes 23 de mayo de 2025
El Museo Nacional de Bellas Artes y Amigos del Bellas Artes presentan el primer ciclo del año de Bellas Artes Cine, que estará dedicado a celebrar el centenario de cuatro películas que forman parte de la historia grande del séptimo arte.
“Aunque parezca mentira, algunas de las obras más grandes del cine cumplen cien años. Los espectadores ‒tal es la magia de este arte‒ vemos a los personajes moverse en presente: para las películas, especialmente para las grandes películas, el tiempo no pasa. Pero, fetichistas como somos de lo digital, un siglo es un siglo, y vamos a festejarlo: cuatro películas que cumplen cien años, cuatro obras maestras que contribuyeron a enriquecer el arte. Entre todas, cuatrocientos años de cine. Los nombres impactan ‒y, otra vez, sorprende que sea “un siglo”‒: Eisenstein, Chaplin, Keaton y Vidor. Sin embargo, hay algo todavía más asombroso: que estos cuatro filmes clave son mucho más impresionantes, emotivos, graciosos y ‒sobre todo‒ originales que la mayor parte de lo que las carteleras, cada vez más pobres en variedad y origen, tienen para ofrecernos. Es probable que conozca estas películas por fragmentos, por referencias, etcétera. Pero si nunca las vio completas, como corresponde en un cine, descubrirá que no se parecen a nada previo ni posterior y que son de una modernidad apabullante, más reales incluso que la última serie de una plataforma. Para novedad, los clásicos: nunca más cierto”.
Leonardo D’Espósito
Curador
***
Dirección: Charles Chaplin, EE.UU., 1925
Duración: 96 minutos
Charles Chaplin estaba en la cima del mundo en 1925, o casi. Había sido el primero en crear para el cine la noción de personaje, a tal punto que hasta hoy su “Carlitos” de bigote, bastón y bombín suele utilizarse como ícono representativo del séptimo arte. Chaplin era millonario y podía hacer cualquier cosa. Incluso había intentado hacer un melodrama solo dirigiendo (la interesante “Una mujer de París”) y estaba montando su propio estudio. Es interesante, además, contar que fue de los primeros en tomarse el cine como un verdadero arte y sentirse un artista, un creador. Un autor, para utilizar la noción más popular y útil al respecto.
“La quimera del oro” es probablemente la suma del Chaplin mudo: aquí tenemos al vagabundo arrastrado a la fiebre del oro que sacudió a los EE. UU. entre finales del siglo XIX y principios del XX, en especial en el frío norte, el Klondike donde a los peligros del hielo y del hambre, había que sumar el de los forajidos. Que Chaplin pudiera hacer comedia ‒y gran comedia‒ con un campo tan desolador es ya un acierto. El uso del plano medio que permitía mostrar perfectamente a su personaje en un universo hostil a su ridiculez ‒y que, por eso mismo, se convertía en ridículo‒ es sistemático y preciso. La secuencia de la cabaña al borde del abismo combina lo espectacular y grandilocuente con la ironía cómica, y pocas veces el cuerpo de Chaplin fue más elástico, más acrobático como en esta historia de ambiciones y odios devenida en ciclo cómico.
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