Comentario sobre Tres formas con relieve
Con toda probabilidad,
Tres formas con relieve fue adquirida por el Instituto Torcuato Di Tella en 1961, luego de que se exhibiera en
4 evidencias de un mundo joven en el arte actual (1). Organizada por el Instituto en el MNBA, la exposición consistió en verdad en cuatro exhibiciones (o evidencias): parte de la colección de obras del siglo XX del Di Tella, la selección de piezas que participaban del premio de pintura organizado por ese mismo Instituto, y dos exposiciones individuales, una de Antoni Tàpies y otra de José Antonio Fernández Muro. En esa ocasión, el texto de presentación sobre Tàpies estuvo a cargo del crítico italiano Giulio Carlo Argan. Asesor de Guido Di Tella en materia de adquisición de obras de arte, Argan se refería al artista catalán del siguiente modo: “Procediendo a tientas, con la presteza atenta de los ciegos, ‘ve’ solamente lo que sus dedos sensibles rozan o perciben; y ve con la intensidad y el relieve, con la falta de distancia de quien no tiene otro sentido que el del tacto. Y con el ansia de lo incógnito. En cada cuadro de Tàpies sucede siempre algo imprevisto y, casi siempre, en un punto periférico, cercano al margen” (2). Si bien el trabajo sutil del color y la opacidad de la extensa superficie de sus obras le confieren una presencia visual imponente y hasta agobiante, Argan destacó su cualidad táctil. En efecto, desde su estadía parisina de 1950 el artista catalán trabajó sus pinturas casi como empalizadas: extensiones verticales cubiertas de una suerte de revoque coloreado inciso y de terminación rugosa. En sus textos, Tàpies hablaba de la figura del muro: “¡Cuántas sugerencias pueden desprenderse de la imagen del muro y de todas sus posibles derivaciones! Separación, enclaustramiento, muro de lamentación, de cárcel, testimonio del paso del tiempo; superficies lisas, serenas, blancas; superficies torturadas, viejas, decrépitas; señales de huellas humanas, de objetos, de los elementos naturales; sensación de lucha, de esfuerzo; de destrucción, de cataclismo; o de construcción, de surgimiento, de equilibrio; restos de amor, de dolor, de asco, de desorden” (3). Desde los años 30 la idea del arte moderno como muro público era central para los artistas comprometidos, señala Serge Guilbaut. Tanto las decoraciones de temas políticos de los muralistas como los muros trágicos de Jean Fautrier o aquellos con inscripciones obscenas y humorísticas de Jean Dubuffet proponían al lenguaje público del graffiti como alternativa al lenguaje privado más preciosista de la pintura modernista. Los muros de Tàpies –argumenta Guilbaut– mantienen una relación específica con su Cataluña natal, a pesar de no contener rastros de figura alguna (en el caso de
Tres formas con relieve, podría especularse que el amarillo preponderante reenvía a uno de los dos colores de la bandera catalana). Mientras hacia fines de los años 50 París se abandonaba a los placeres del consumo, y los artistas y críticos se entregaban al optimismo, los muros de Tàpies referían más bien a una Barcelona semi-rural marcada por la pobreza y la opresión del régimen franquista. De cualquier modo, Tàpies tuvo una muy buena recepción en París. Si en 1958 sus telas se vendían en alrededor de 4.000 francos, en 1960 alcanzaron los 12.000 francos (4). La llegada de esta pintura a Buenos Aires al año siguiente coincide, entonces, con el reconocimiento del artista catalán por parte de la crítica y el mercado de arte. Tal como señala Argan, los accidentes en la amplia superficie arenosa de
Tres formas con relieve tienen lugar en los bordes: manchas y raspaduras que le dan un aspecto algo sucio. En cambio, el centro de la tela –el lugar que ocupa el punto de fuga en las composiciones figurativas más tradicionales– resulta impenetrable como una pared ciega. Esta pintura-muro no nos transporta al mundo que suponemos detrás de la tela, como ocurre con las pinturas que, del Renacimiento en adelante, se abren como ventanas. Las obras de Tàpies son de una planitud mayor incluso que la de otros pintores abstractos de posguerra como Jackson Pollock o Mark Rothko. Si las pinturas
all over y campos de color de estos artistas generan la ilusión de una profundidad acotada, el cuadro macizo de Tàpies nos devuelve del mismo lado cada vez que nuestra mirada pretende proyectarse más allá de su superficie. La posibilidad de una fuga por fuera del límite que impone este muro parece estar donde conducen las marcas incisas: en el desplazamiento hacia los márgenes.
por Isabel Plante
1— No hemos encontrado documentación al respecto en los archivos Di Tella. En este catálogo, la obra aparece como parte de una “colección anónima”. Lo más probable es que Di Tella adquiriera esta pintura a la galería Beyeler de Basilea, que colaboró con la exposición del artista catalán en Buenos Aires.
2— Giulio Carlo Argan, “La superstición de Tàpies” en: 4 evidencias de un mundo joven en el arte actual, cat. exp. Buenos Aires, MNBA, 1961, [s.p.].
3— Antoni Tàpies, La práctica del arte. Barcelona, Ariel, 1971, p. 141.
4— Raymonde Moulin, Le marché de la peinture en France. Paris, Minuit, 1967.
Bibliografía
1988. AGUSTI, Anna, Tàpies. Obra completa 1, 1943-1960. Barcelona, Fundación Antoni Tapies/Polígrafa.
1995. GUILBAUT, Serge, “Materia de reflexión. Los muros de Antoni Tapies” en: Sobre la desaparición de ciertas obras de arte. México DF, CURARE-Fonca, p. 235-268.