Comentario sobre Retrato de María Teresa Ayerza de González Garaño
Anglada Camarasa desarrolló su carrera artística hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX y su obra está estrechamente vinculada con el simbolismo y el modernismo catalán. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Barcelona y bajo la tutela de Tomás Moragas asimiló el gusto por el orientalismo. Instalado en París en 1897, acudió a las Academias Colarossi y Julien donde completó su formación artística. Allí tuvo como compañeros a los artistas del grupo nabi: Maurice Denis, Pierre Bonnard y Edouard Vuillard. En la ciudad luz redactó, con el crítico Sebastià Junyet, “La honradez en l’art pictòric” manifiesto publicado en 1900 en la revista
Juventut, donde declaró la supremacía del arte frente a la naturaleza y defendió la pintura difuminada, herencia del impresionismo.
Acorde con las tendencias simbolistas finiseculares, evidenció en sus obras aspectos de la sociedad moderna y decadente. La atmósfera nocturna de los cafés, los teatros y las mujeres que los frecuentaban, fueron inspiración de su primera etapa parisina. En ese momento perfiló su estilo, la iridiscencia de la luz eléctrica se sumó al intenso colorido, los densos empastes y la línea en arabesco, tratamiento preciosista próximo a lo decorativo.
Tras esas escenas, el segundo momento en la capital francesa estuvo marcado por temas del folklore valenciano y gitano. Cuando se declaró la Primera Guerra Mundial se estableció en Pollensa (Mallorca) y, desde entonces se dedicó con énfasis al género el paisaje, aunque también ocuparon su atención las escenas de género costumbrista y los retratos. A ese período pertenece el retrato de
María Teresa Ayerza de González Garaño.
Las crónicas de la época señalan que, a mediados de la década de 1920, Pollensa ase convirtió en un centro de atracción para artistas y viajeros en busca de nuevos lugares donde inspirarse o pasar sus estadías europeas. Los extranjeros de situación acomodada también pretendían ser retratados por el ya entonces famoso maestro catalán, quien cobraba cifras elevadas por inmortalizarlos en sus telas. Entre ellos se encontraba el matrimonio argentino formado por María Teresa Ayerza (Marietta) y Alfredo González Garaño, amigos del artista, que poseían varios óleos del pintor catalán en su colección. La obra de Anglada se había hecho conocida en Buenos Aires en ocasión de la Exposición de Arte del Centenario en Buenos Aires, donde sus pinturas fueron presentadas en la sección internacional y la participación en dicha muestra le valió la gran medalla de honor.
Atilio Chiappori, crítico de arte y director del MNBA (1931-39), rescató en 1916 el carácter innovador de la obra de Anglada en ocasión de una exposición en Buenos Aires señalando: “Anglada con su pintor interior, actualiza de cierto modo a aquella
adivinación del complicado personaje de Huysmans en ‘
La Bas ´: ‘La curiosidad en el Arte comienza allí (en el momento) donde los sentidos dejan de servir …´
.Tal actitud, tal desaire por las fórmulas corrientes, van aparejadas, no solamente a la maestría, sino también a la agudeza que desentraña el sentido íntimo de los trances y la situación personal de los personajes –todo eso tratado en la forma y con la experiencia que le conocemos.
Pero esto no quiere decir que establezcamos una fórmula de arte. Quien… siga a Anglada, sin la capacidad ingénita que los individualiza, se perderá en los obscuros divertículos de la impotencia.”
En el retrato que nos ocupa, “Marietta” aparece en el centro de la tela, presentada de cuerpo entero y de frente, rodeada de un frondoso fondo vegetal. El interés del artista por el color continúa vigente en esta etapa como así también el gusto por el tratamiento ornamental de los fondos y de los atuendos, que denotan la presencia de la influencia modernista. Anglada despliega sus dotes de colorista en los contrastes y en las modulaciones del verde que interactúa entre la figura y el fondo produciendo una sensación ambivalente de profundidad. Los amarillos y dorados del tocado, el escote y las mangas del vestido junto con los de la falda, trabajados con abundante materia, se conjugan con los reflejos lumínicos -sugestivas manchas abstractas- generando una trama que une al personaje con la vegetación.
Fontbona y Miralles señalan que si bien el cuadro aparece fechado en 1928, fue pintado cuatro años antes pues fue expuesto en 1924 en la Vandyck Galleries (Washington) y en el Carnegie Institute (Pittsburg).
por María Florencia Galesio
Bibliografía
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