Con sus flamantes noventa años a cuestas -cumplidos en enero de este año-, con casi setenta de actividad artística ininterrumpida y con su energía y lucidez siempre alertas, Aurelio Macchi presenta por primera vez en el Museo Nacional de Bellas Artes una muestra individual, incluyendo veinte obras que fueron creadas en el transcurso del último 40 años, o sea el tramo más reciente de su dilatado y excepcional quehacer como escultor.
Simultáneamente con esta exposición, que festeja una trayectoria artística que honra al arte argentino, nuestro Museo recibe, donada por la Asociación Amigos del MNBA, la obra La Silla que dicha Asociación ha adquirido directamente al artista. Este hecho, que incorpora finalmente una escultura de Macchi al patrimonio del Museo (y por cierto se trata de un conjunto en bronce muy significativo), debe ser doblemente agradecido, tanto por ser un justo reconocimiento debido al autor como por marcar la reanudación de una política de compras que ojalá pudiera proseguirse a tono con el mejoramiento de la situación económica del país y con el creciente apoyo del número y la convicción de los posibles donantes.
Apreciado por varias generaciones de escultores que lo tuvieron como alumno, lo requirieron como colaborador o lo adoptaron como referente, admirado por otras tantas generaciones de alumnos que lo sufrieron y lo gozaron como maestro y orientador insobornable, respetado por los críticos más severos, alejado de cualquier compromiso capaz de distorsionar sus convicciones, Aurelio Macchi ha mantenido inalterables en el tiempo la firmeza de sus ideas sobre el arte, la consistencia de un oficio duramente conquistado, y el cálido humanismo de su carácter vital y campechano, capaz de conjugar la sinceridad más cruda con el humor punzante y la comprensión generosa.
Varias veces he llevado mis alumnos de la Universidad hasta su casa-taller de la calle Melián e invariablemente la experiencia ha resultado memorable. Porque pudieron ver la fuerza interior y exterior de un escultor en plena acción de tallar, de modelar, de corregir y volver a empezar; porque recibieron siempre respuestas claras e inteligentes a sus múltiples preguntas y, sobre todo, porque se encontraron con un ejemplo de artista cabal y de hombre íntegro, uno de esos pocos ancianos sabios de los cuales Aristóteles llegó a afirmar que eran los que mantenían en alto la luz necesaria para iluminar el camino de la humanidad en el tiempo.