Arte Argentino
Un vasto panorama de arte argentino, con obras de sus mayores representantes
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Del 11 de diciembre de 2018 al 17 de febrero de 2019
Salas 39 y 40
32 obras expuestas
Curador/a: María José Herrera – Mariana Marchesi
No es la primera vez que el Museo Nacional de Bellas Artes dedica una exposición a la obra de Clorindo Testa. El Museo ha seguido de cerca la trayectoria de este gran artista argentino nacido en Italia, y hoy, a cinco años de su fallecimiento, nos enorgullece presentar esta muestra, que permite repensar, desde una mirada actual, su importante y singular legado plástico.
Si en su brutalismo arquitectónico perseguía la verdad cruda de la materia que sustenta el habitar, con énfasis en la geometría abstracta que modula construcciones y vida urbana, Testa replica el gesto en su obra plástica, desafiando las convenciones sobre el arte y sus circuitos de legitimación. Una cierta dialéctica entre la espontaneidad del trazo en sus dibujos y pinturas dialoga con la materialidad basta, ordinaria, de sus soportes. Esa disposición ante aquellos elementos considerados indignos o
banales los vuelve sujeto activo de su intención expresiva al proponerlos como instancias constructivas de su discurso visual. Basta con mirar sus instalaciones en madera y cartón, en las que el señalamiento de la estructura que contiene la obra es la clave de bóveda de su estética, y sus dibujos a mano alzada, donde el trazo rápido recoge el instante en una inequívoca
búsqueda de la autenticidad. Incluso en los grabados o collages, Testa procede con cierto estudiado abandono, con el que compone piezas a las que confiere una vitalidad desusada, pese a su geometría abstracta.
Esa paradoja que hace de la arquitectura un momento estático, congelado en el tiempo, recobra un dinamismo perturbador en su producción plástica. Pues sin abandonar la pregunta por cómo se encuadra la materia bruta en un orden matemáticamente reglado, repone la fuerza con que los humanos disponemos nuestras existencias atravesando sus límites. Hay, así, un diálogo fluido con el oficio de arquitecto, del cual sus obras plásticas (y hay que incluir sus edificios entre ellas) son el alma, el
lugar de acogimiento y experimentación de sus conceptos sobre el espacio y el habitar. Toda su trayectoria puede pensarse como una gran reflexión sobre la tensión irresuelta entre los modos de vida y los dispositivos ‒la casa, el museo, la galería, la calle‒ en que transcurren. Una pulsión liberadora que convoca la potencia metafórica del color y las formas, así como vuelve alegórica la materia desnuda, atraviesa sus trabajos como un indicio sugestivo de que un enigma siempre confiere sentido a las cosas con las que tramamos nuestra vida. Ante sus obras, estamos en vísperas de una revelación, cuya sola presencia vuelve ilusorios los actos. Acaso allí, en la invitación a volver a ver el mundo sin velos, estribe su vitalidad, su llamado póstumo.
Andrés Duprat
Director - Museo Nacional de Bellas Artes
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La frase “esta es mi casa” se repite en innumerables dibujos y pinturas de Clorindo Testa. El artista y arquitecto construyó muchas “casas”: para el dinero, el ex Banco de Londres (1966), actual Hipotecario; para curarse, el Hospital Naval (1970); para los libros, la Biblioteca Nacional (1971); para el arte, el Centro Cultural Recoleta (1980), y también para los habitantes de este mundo en general. Su imagen está definitivamente unida a estos hitos de la ciudad de Buenos Aires.
En 1968, Testa desafió “su casa”, la casa del arte, el Museo Nacional de Bellas Artes, con un gesto crítico y humorístico: su Apuntalamiento para un museo, un andamio ubicado dentro del edificio que sostenía una pared y el techo. Con esa estructura, introducía en el mundo del arte un dispositivo sin duda arquitectónico y unía sus dos pasiones para señalar la crisis que atravesaban las instituciones por aquel entonces. La “casa” se conmovía con una tendencia experimental donde confluían pintura, escultura y objetos, en una época que se preguntaba para qué servía el arte, cuál era su función en la sociedad. Testa buscó esas respuestas.
Como arquitecto, reflexionaba sobre las falacias de la modernidad y su funcionalismo: por ejemplo en la serie Habitar, trabajar, circular, recrearse, de 1974 (adquirida recientemente por el Museo de Arte Moderno de Nueva York), donde criticaba el hacinamiento y las rutinas de ordenamiento a las que el ciudadano contemporáneo está sometido.
Así, desde la pintura, desarmó los postulados de la arquitectura moderna y racionalista, aquella que había marcado su formación.
La historia europea y americana le dio a Testa elementos con los que pensar “otras casas” para hombres, mujeres y niños; alguna que fuera refugio de las catástrofes y de las pestes. Estas ideas, lejos de ser utópicas, ocuparon un lugar en sus pinturas e instalaciones entre mediados de los años 70 y su última etapa de trabajo.
Hacia 1975, se unió al Grupo CAYC, fundado por Jorge Glusberg en el Centro de Arte y Comunicación. La institución se proponía ensamblar disciplinas, y fue una plataforma colectiva desde donde Testa desplegó sus intereses de artista y urbanista. En consonancia con el grupo, aportó a la configuración de un arte de sistemas que vinculó la lógica proyectual de la arquitectura con diferentes temáticas sociales y culturales. Inspirado en eventos de su niñez o en la historia, como en La peste en la ciudad (1977) y La peste en Ceppaloni (1978), el artista enunció un mensaje ecológico social que desbroza los sucesos para mostrar cómo las hegemonías llevan a catástrofes políticas en las que la peste es el castigo “natural” de las guerras. Una clara metáfora de los horrores de la última dictadura en la Argentina.
Su pensamiento en acción lo convirtió en un verdadero referente cultural nacional e internacional durante más de seis décadas.
A partir de fines de los años 80, su lenguaje, siempre expresionista, cita de diversos repertorios y disciplinas, de fragmentos superpuestos de distintas temáticas e imágenes, sintonizó con las tendencias de la denominada pintura posmoderna. En sus instalaciones gestuales, consagradas a la belleza de lo efímero, lejos de la rigidez de la línea proyectual, demuestra cómo el humor, la ironía y el juego son la motivación profunda de su creatividad, su aporte a la invención de una “casa” donde se pueda vivir mejor.
María José Herrera – Mariana Marchesi
Curadoras
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