Comentario sobre Paisaje
Pintor de origen belga, renovó la concepción del género del paisaje en la pintura española del siglo XIX incorporando las tendencias del
plein air, sustentadas por la observación directa del natural. Carlos de Haes se afincó con su familia en Málaga a los nueve años de edad. Hacia 1850 regresó a Bélgica para completar su formación artística como alumno de Joseph Quinaux (1822-1895), conocido paisajista realista. A su retorno a España, Haes practicaba una novedosa forma de pintar e interpretar la naturaleza siguiendo las nociones del realismo. En España la revalorización del género comenzó lentamente hacia 1830-40 con la incorporación de la cátedra de Paisaje en la Academia de Bellas Artes de Madrid. Haes obtuvo su cargo de profesor en dicha cátedra en 1857, año en que realizó este paisaje. Desde su labor como docente transmitió a sus alumnos la nueva lectura del paisaje realista aprendida de los maestros belgas y holandeses. Educó a una generación de paisajistas entre los que se cuentan Aureliano de Beruete, Jaime Morera y Darío de Regoyos. En esta obra temprana, Haes ubicó la montaña en el centro, destacada por el tratamiento luminoso del cielo que cubre la mitad superior del lienzo. El pintor organizaba las composiciones siguiendo las normas clásicas, con predominio de la tierra en relación con el cielo. En los primeros planos aparece una pareja de pastores y los animales pastando en medio del agua y la vegetación. La presencia insignificante de los personajes frente al paisaje puede leerse, dada la época de ejecución, como un vestigio del romanticismo.
Atendiendo al espíritu del realismo describió, con factura cuidada, los elementos de la orografía y la vegetación del lugar sin llegar aún a la minuciosidad de sus obras posteriores. Haes trocó la composición escenográfica y la fantasía de la estética romántica por el estudio directo del paisaje que permitía conocer los elementos de la naturaleza y sus posibilidades plásticas, estos primeros estudios eran la base del trabajo posterior en el taller. Realizó numerosos viajes por la península ibérica pintando pequeños bocetos del natural, en ocasiones en compañía de sus discípulos. La necesidad de reproducir con exactitud la naturaleza lo llevó a realizar interpretaciones casi geológicas del entorno en las que los elementos del paisaje se convierten en los verdaderos protagonistas de las obras. En el discurso
De la pintura de paisaje antigua y moderna, leído en 1860 al ingresar a la Real Academia de Bellas Artes, señaló: “Para el paisajista, la vida sencilla del campo ha de ser como una necesidad. El pintor de paisajes debe, en cierto modo, identificarse con la naturaleza campestre […]. Entonces renace en él, intérprete y admirador de las bellezas naturales, una segunda existencia” (1).
por María Florencia Galesio
1— Jesús Rubio Jiménez y Jesusa Vega, Carlos de Haes. Zaragoza, Centro de Exposiciones y Congresos (IberCaja), 1996.
Bibliografía
1934. DA ROCHA, Augusto, “Galerías privadas”, Boletín del Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, a. 1, vol. 1, septiembreoctubre, p. 10, 11 y 16.
1977. FERNÁNDEZ GARCÍA, Ana María, Catálogo de pintura española en Buenos Aires. Oviedo/Buenos Aires, Universidad de Oviedo/ FFyL-UBA, nº 301, p. 95, reprod.
1991. OLIVEIRA CÉZAR, Lucrecia de, Los Guerrico. Buenos Aires, Gaglianone, nº 47, p. 114.
1999. Gutiérrez VIÑUALES, Rodrigo, “Consideraciones sobre el coleccionismo de arte en la Argentina a principios de siglo”, Goya, Madrid, nº 273, p. 353.