El beso, estudio
Rodin, René François Auguste. c. 1881-1882
Más Informaciónsobre la obra
Obra Maestra
Inventario 2481
Obra No Exhibida
En la atmósfera luminosa del día soleado, el concertino de los músicos ambulantes ha reunido en las calles a un grupito de mujeres y niños que, divertidos, esbozan incluso algunos pasos de baile. “Una extraordinaria imagen de vida veneciana tomada de la realidad”, escribió Giuseppe Pavanello a propósito de In attesa degli sposi, cuadro replicado varias veces entre 1879 y 1883 y que posee consonancias estilísticas y compositivas tan estrechas con los Musici ambulanti como para ser justamente considerado uno de sus precedentes inmediatos (1).
Como en esas pinturas, también en la nuestra un joven parado en una góndola detenida sobre el canal observa la escena sugiriendo con su actitud, a la vez curiosa y desapegada, la disposición de espíritu y de pensamiento con las que el pintor se acercó a una escena de despreocupación y saboreó su sentido de cordial humanidad, aun siendo consciente de cuán diferente era su destino. Una condición común a muchos artistas italianos de fines de la década de 1870, momento en que trataron de encontrar una expresión idónea a las inquietudes de la sociedad de la época, alejándose de los temas derivados de la realidad cotidiana a través de una textura nerviosa, impregnada de estremecimientos, vibrante de luz y renovando desde lo más íntimo su significado, al conjugar un planteo compositivo con una construcción espacial impecables. Es lo que sucede en Musici ambulanti, donde, a la soltura de un ductus pictórico innovador, Favretto une el rigor de una composición espacial perfectamente equilibrada y ritmada en profundidad por la figura del gondolero, de espaldas en primer plano, que nos introduce en la narración. La imagen es fruto de las reflexiones del artista sobre los grandes modelos de la tradición véneta del siglo XVIII, y en particular sobre el cromatismo vivaz y vaporoso de Giovanni Battista Tiepolo.
La realidad capturada a la que hacía referencia Pavanello, por ende, no consistía en la representación de un fragmento de vida contemporánea, sino en la habilidad del artista para infundir a los temas cautivadores de la pintura costumbrista el sentido de una “verdad” inmanente y atmosférica por medio de la sabia elaboración de la materia pictórica. No es casual que Luigi Chirtani, crítico agudo y brillante, comentando las pinturas presentadas por Favretto en la Exposición Nacional de 1881 en Milán, haya resaltado la originalidad debida especialmente a la maestría del pintor para expresar “el modo artístico en que queda[ba] impresionado por lo real”; una sensibilidad que le permitía captar “la elegancia en la luz” y las entonaciones del color, del cual sabía extraer infinitos esfumados aprovechando también el colorido del soporte, y así “logra[r] el atractivo de todos sus cuadros” (2).
La Venecia amada por el artista no era la Venecia monumental, sino la ciudad de las callejuelas, de los ríos, de los soportales, de los muros gastados, impregnada del transcurrir de la existencia, de la que, en los primeros años 80, supo brindar interpretaciones conmovedoras y originales que dieron pertinencia a la opinión que acompañó la reproducción de los Musici ambulanti en la revista porteña Athinae, en enero de 1910: “En la interpretación por el maestro italiano de sus temas venecianos, se halla el sello personal de su talento. Las suaves coloraciones de su paleta devuelven en alegres notas sus cuadros costumbristas” (3).
En esa época, la pintura pertenecía ya desde hacía unos años al MNBA, que la había adquirido a la muerte de su propietario Aristóbulo del Valle en 1896. Abogado famoso comprometido con la vida de su país, Del Valle cultivaba con pasión intereses literarios y artísticos que en 1884 lo impulsaron a emprender un largo viaje a Europa. En 1885, en Venecia, el pintor Augusto Ballerini lo introdujo en el estudio de Giacomo Favretto, y él, enamorándose de Musici ambulanti, decidió adquirirlo aun a costa de sacrificios, dado el precio elevado de la obra (4). Para poder apreciar mejor la pintura junto a las que consideraba las más valiosas de su colección, entre ellas Femme et taureau de Roll y Floréal de Raphaël Collin, Del Valle hizo acondicionar en su propia casa una sala con el techo de vidrio para iluminar los cuadros de la mejor y más homogénea manera posible (5).
1— Nico Stringa, 2004, p. 250, nº 64.
2— Luigi Chirtani, “A Palazzo di Belle Arti-I veneziani” en: Milano e l’Esposizione Nazionale del 1881. Cronaca illustrata dell’Esposizione Nazionale Industriale ed Artistica del 1881. Milano, 1881, p. 142.
3— “Galería de Athinae”, 1910.
4— Belisario J. Montero, 1922, p. 223.
5— María Isabel Baldasarre, 2006, p. 167.
1910. “Galería de Athinae”, Athinae, Buenos Aires, a. 3, nº 17, reprod. byn.
1922. MONTERO, Belisario J., Ensayos sobre filosofia y arte (de mi diario). Buenos Aires, p. 223-224.
1999. TREVISAN, Renzo (cur.), Giacomo Favretto 1849-1887. Scorzè, La Tipografica, p. 147.
2004. STRINGA, Nico y Giuseppe Pavanello (cur.), Ottocento veneto. Il trionfo del colore, cat. exp. Treviso, Canova, nº 64, p. 250.
2006. BALDASARRE, María Isabel, Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo cultural en Buenos Aires. Buenos Aires, Edhasa, p. 164-165, 237, reprod. color nº 70.
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