Comentario sobre Chant à la Beauté (Canto a la belleza)
Como tantas de las jóvenes que viajaban a París a fines del siglo XIX para proseguir estudios artísticos, Clémentine Dufau arribó a la ciudad en 1889 y se inscribió en la Académie Julian. Allí tuvo como maestros a William Bouguereau, Tony Robert-Fleury y Gabriel Ferrier. Tempranamente, logró posicionarse como ilustradora siendo una de las pocas mujeres que se dedicaron al diseño de carteles de la
belle époque. En 1898 realizó la portada de la revista feminista
La Fronde dirigida por la socialista Marguerite Durand
. En los primeros años del siglo comenzó a experimentar con la pintura de desnudo al aire libre y recibió importantes comisiones para decorar la residencia del poeta Edmond Rostand en Cambo (1906) y el departamento de Ciencias de la Sorbonne (1908-1910). En ambos encargos el desnudo monumental al
plein air tuvo un lugar fundamental, así como el manejo libre del color, principalmente en los fondos, que otorgaba gran dinamismo a la composición.
El gran
panneau decorativo
Chant à la Beauté se enlaza con estas obras. Realizado en 1909 y expuesto en el Salón de París de ese año, la obra participó en la Exposición Internacional del Centenario de Buenos Aires donde fue adquirida por la Comisión Nacional de Bellas Artes en $3.640.
El cuadro muestra tres desnudos monumentales en un entorno natural. La luz reflejada sobre los cuerpos, filtrándose a través de las hojas de los árboles, da cuenta del trabajo al aire libre. El paisaje del fondo, realizado con óleo bien liviano, se acerca a la factura de los nabis y contrasta con áreas como la de la fuente en donde la carga matérica es más notoria. El ojo de agua no refleja aquello que tiene alrededor sino que funciona como excusa para un despliegue de tonalidades que se desligan de su referente y terminan por convertirlo en un motivo abstracto. Así la pintura es un territorio rico en matices de textura y color, acorde con su preocupación teórica que cristalizaría años después en un texto sobre el color inspirado en corrientes esotéricas.
En primer plano la mujer, acompañada de dos pavos reales, remite de modo explícito a la belleza. Las aves, símbolos de la vanidad y el orgullo, eran elementos recurrentes en su iconografía. Aquí, habilitan tanto el repertorio decorativo como el moral: la advertencia de los peligros implícitos en regodearse demasiado en sus atributos. El joven con corona de flores que toca el violín puede interpretarse como una alegoría de la música a lo que se suma una figura escultórica en mármol identificable como la
Dánae de Auguste Rodin. Puede inferirse que para Dufau la idea de la belleza se encarnaba no solo en el cuerpo femenino sino que se expresaba también a través de las artes.
Si bien eran los efebos quienes rendían pleitesía a la dama, los pruritos del decoro de la sociedad decimonónica –en consonancia con la perspectiva androcéntrica– siguen muy presentes en esta pintura. Solo una figura está completamente desnuda y es la mujer mientras los hombres ocultan su sexo púdicamente. El género femenino sigue siendo el único que habilitaba la proyección manifiesta del deseo.
por María Isabel Baldasarre
Bibliografía
1909. HAMEL, Maurice, “Les salons de 1909. Société Nationale des Beaux-Arts”, Les Arts. Revue Mensuelle des Musées, Collections, Expositions, Paris, nº 90, junio, p. 26, reprod. p. 29.
1910. GOZALBO, Augusto, “Sección Francesa”, Athinae, Buenos Aires, a. 3, nº 23, julio, p. 23.
1997. MILHOU, Mayi, De lumière et d’ombre: Clémentine-Hélène Dufau (Quinsac, 1869-Paris, 1937). Bordeaux, Arts & Arts, p. 103, reprod. byn.