Mer Orageuse (Mar borrascoso)
Courbet, Gustave.
Más Informaciónsobre la obra
Obra Maestra
Inventario 7727
Obra Exhibida
Sala 11. Arte francés del siglo XIX. Colección Santamarina
Basta quizás abrir el catálogo de referencia sobre Gustave Courbet –del Grand Palais, 2007– y ver cuánto deploran sus autores desconocer la localización de este retrato de Juliette para tomar conciencia de su estatuto de tesoro oculto. La expresión no es exagerada. Se trata, es cierto, solo de una obra de la primera juventud, hecha cuando el artista estaba todavía lejos, muy lejos de su fama posterior. No obstante, además de su valor intrínseco, contiene en germen una suma de informaciones y cualidades que son las que harían de Courbet uno de los pintores franceses más grandes de la historia.
En el inicio de la década de 1840, el pintor de Franche-Comté, nacido en 1819, se encontraba descubriendo las dificultades cotidianas de un novato en París y abriéndose camino en la vida bohemia, entre visitas al Louvre, cursos de pintura y encuentros sociales en una sociedad urbana que, siendo un joven de campo, aún no dominaba.
Pero aunque era un individuo en formación que todavía no había pintado ni vivido demasiado, ya se sentía y se sabía artista.
Ahora bien, para llegar a serlo, Courbet no tenía más remedio que practicar con modelos, y muy pronto el estudio de la figura humana –más que del paisaje que luego nutriría su carrera– constituyó su prioridad. Se conoce una de sus academias masculinas, copias de clásicos y sobre todo retratos de familiares.
Exceptuando la repetición vertiginosa de su efigie personal (¡una obsesión en él!), es evidente que sus hermanas eran sus modelos favoritas: Juliette, nacida en 1831, aparece en competencia ceñida con Zélie, tres años mayor.
Zoé, por su parte, está mucho menos presente en sus producciones.
Señalemos, por último, que una cuarta hermana, Clarisse, murió en 1834 antes de que Gustave comenzara a pintar.
De Juliette existe un primer retrato fechado en 1839 (Von der Heydt Museum Stadt, Wuppertal), donde Courbet se interesó ya por el perfil y por una suerte de apatía un poco pensativa. Este estado soñador fue trabajado nuevamente en un dibujo de gran pureza de 1840 (Musée d’Orsay, París) que combina el óvalo de la cabeza de la muchacha inclinada sobre un libro abierto y la elipse formada por los brazos que se cruzan.
El retrato de Juliette a los diez años se inscribe en esa continuidad: Courbet buscó un encuadre algo inestable que revelara cierta sorpresa, como si de repente hubiese capturado, a través de la pintura, la atención de su modelo sumergida en una actividad reflexiva (aquí, la lectura). La representación puede parecer un poco torpe porque el ángulo adoptado (un perfil ligeramente inclinado, muy poco convencional) dificulta considerablemente una figuración armónica del rostro. Pero si hay torpeza, sin duda es por afán de naturalidad. En 1841 sería anacrónico hablar de efecto fotográfico, dado que esa técnica era demasiado joven para influir en Courbet y su composición, pero indudablemente el efecto de “capturar el instante” interesó al artista en este cuadro, donde la mirada de soslayo y el esbozo de una leve sonrisa respiran espontaneidad. ¿Será también, como sucede visiblemente en el retrato de Juliette a los 13 años (Musée du Petit Palais, París), una especie de parodia del retrato mundano, caracterizado por un alineamiento poco confortable de la espalda sobre el respaldo de la silla? La hipótesis es seductora, pero un poco audaz para esta fase todavía precoz de la trayectoria del pintor.
No obstante, el retrato del MNBA prepara sin duda el de 1844, cuyo aspecto “ingresco” no deja de desconcertar.
A nivel cromático se desprende una frescura indiscutible, dominada por azulados fríos. Sería un error creer que es una excepción de juventud, pensando en las tonalidades pardas, terrosas y sordas que saturan el universo pictórico del gran período de Courbet. La juventud y la figura femenina en general le inspiraron en reiteradas ocasiones, y hasta su madurez, una suerte de impulso claro y entusiasta, como en la Femme au podoscaphe (Murauchi Art Museum, Tokio).
Por último, si Juliette le sirvió de modelo, no fue solo por razones económicas. Ciertamente, para un pintor sin grandes recursos era práctico y hasta afortunado poder aprovechar motivos gratuitos y al alcance de la mano. Sin embargo, este retrato traduce también una ternura sincera de Gustave por su hermana, como la que experimentó, en líneas más generales, hacia toda su familia y sus amigos.
Cabe agregar que Juliette estuvo extraordinariamente presente a lo largo de toda la carrera de su hermano y se esforzó por apoyarlo a costa de grandes sacrificios. En una carta sincera y conmovedora dirigida a Castagnary justo después de la muerte de Gustave, escribió que su “existencia [estaba] ligada a la suya como la enredadera al roble” (1). En efecto, trabajó mucho en su rehabilitación y en la valorización de su obra. Fue ella, justamente, quien donó al Louvre Un enterrement à Ornans en 1881.
De este retrato podría decirse que, pese a ser modesto, sella una afinidad a la vez emotiva y crucial, y que su aspecto en cierto modo anecdótico oculta, por una especie de metonimia, elementos de gran importancia para el desarrollo del realismo de Gustave Courbet.
1— Michel Ragon, Gustave Courbet, peintre de la liberté. Paris, Fayard, 2004, p. 450.
1978. FERNIER, Robert, La vie et l’oeuvre de Gustave Courbet: catalogue raisonné. Lausanne/Paris, Wildenstein/Bibliothèque des Arts, 2 vols., nº 16.
2007. AA.VV., Gustave Courbet 1819-1877. Paris, Réunion des musées nationaux, p. 130.
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