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MUSEO/CINE/ARTE 3: Viaje físico, viaje metafísico

En junio, recomendamos siete filmes por semana que giran alrededor de cuatro temas recurrentes en el cine.

El Museo Nacional de Bellas Artes presenta en junio “MUSEO/CINE/ARTE 3”, una selección de películas y cortometrajes –que pueden encontrarse en diversas plataformas–, recomendados por Leonardo D’Espósito, curador de cine del Bellas Artes.

Dice D’Espósito sobre este tercer ciclo: “Este mes, presentaremos filmes que giran alrededor de algunos temas muy recurrentes en el cine y que, si bien fueron tratados en otras artes, resultan especialmente frecuentes, casi propios de la gran pantalla. Tienen relación con el desarrollo del arte cinematográfico y, veremos en cada núcleo, con las circunstancias históricas en los que fueron creándose formas del cine. Estos temas (no los únicos, pero sí con un volumen importante de producción en todas las cinematografías) son la visita del extraño que cambia el mundo y desaparece; la tensión entre la vocación y la vida en sociedad; el viaje como modo de transformación; y el cine mismo y su lugar en el mundo. Aunque hay muchos más títulos que los presentados en estas series, nos restringimos a aquellos a los que se puede acceder con sencillez y legalmente a partir de los servicios digitales disponibles en la Argentina”.

Viaje físico, viaje metafísico

Sabemos que el viaje del héroe es una figura constante en la literatura y el cine, y desde Frazer y Eliade –y Cambpell, claro– todos aprendimos a conocer sus etapas y significados. Pero el viaje es también otras cosas y un método cinematográfico por antonomasia. El cine es el único arte que puede retratar una travesía en el espacio y en el tiempo en el mismo momento, porque se funda en el puro movimiento. El viaje es, siempre, símbolo de transformación, metáfora del cambio constante. En esta selección pensamos en películas donde el viaje físico representa de modo evidente y con mucho espesor el viaje metafísico, el abandono de todo lo contingente para encontrar algo universal. No siempre las criaturas que las habitan lo logran, pero siempre el ejercicio es aprovechado. Todos los caminos, finalmente, conducen a uno mismo.

Leonardo D’Espósito

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Planeta prohibido

(EE.UU., 1956)

Dirección: Fred McLeod Wilcox

Por muchas razones, esta película es fundante para la ciencia ficción. No solo por sus generosos efectos especiales, aún efectivos en la era de la imagen de síntesis, ni por su inteligente y bello diseño a cargo del gran Cedric Gibbons, ni por no ser un film “clase B” sino una producción grande en pantalla ancha de un estudio importante (Metro Goldwin Mayer) sino porque combina la aventura clásica, colorida y con humor con temas metafísicos que van más allá de su anécdota, inspirada libremente en “La Tempestad”, la obra “americana” de William Shakespeare. La historia, ambientada en el futuro, es la de una nave espacial que trata de descubrir qué sucedió con una misión anterior a un planeta lejano. Llegados a Altair IV, el escenario del film, solo encuentran a tres sobrevivientes: un científico, su hija y un robot (el célebre Robby, figura muy presente en el cine americano de los cincuenta y sesenta), más el secreto destructivo de una antigua civilización extraterrestre. Y, además, un monstruo todo energía que no es más que los deseos desatados de un hombre demasiado racional. La trama, de gran inteligencia, es totalmente plausible y el viaje que los personajes realizan hacia un lugar desconocido es, también, a través de peripecias físicas y peligrosas, un viaje interior. La pregunta sobre cómo utilizar el conocimiento va a la par de otra, sobre qué significa realmente ser humano. Y el viaje sirve a todos los protagonistas para descubrirse a sí mismos y, también, para preservar un secreto. En plena paranoia nuclear, la película también se preguntaba –y se pregunta, de allí su pertinencia actual– sobre los límites del conocimiento y de la tecnología.

* Disponible para alquiler en YouTube.

Intriga internacional

(EE.UU., 1959)

Dirección: Alfred Hitchcock

Una parte importante del cine de Alfred Hitchcock gira alrededor del viaje y la aventura que esto significa. Algunas de sus películas más importantes (“Los 39 escalones”, “La dama desaparece”, “El hombre que sabía demasiado”, “Saboteadores” o incluso la primera mitad de “Psicosis”) implican un recorrido por territorios desconocidos y peligrosos que mantienen al protagonista –siempre confundido, siempre perseguido por fuerzas que desconoce– en constante suspenso. “Intriga internacional” es la mejor de esa sección de su obra. Un rico publicista totalmente aburguesado, seductor y acostumbrado al placer y la estabilidad, es confundido con un peligroso agente por espías que trafican secretos de estado. Nunca conocemos realmente cuáles son esos “secretos”, y solo sabemos que el hombre al que el gran villano interpretado por James Mason busca en realidad no existe. Esta serie de equívocos impulsa al protagonista (un extraordinario Cary Grant que logra inyectarle humor al drama) a cruzar los Estados Unidos en constante estado de perplejidad, víctima final de varios cambios. La secuencia más conocida es la de un avión, en pleno desierto, atacando a este desconcertado señor vestido de impecable traje. El viaje de Roger Thornhill, el publicista, llega a límites totalmente surreales, y le permite a Hitchcock orquestar una de sus obras más lúdicas. En el fondo, como todo viaje, se trata de encontrar un misterio. En este caso, el inasible placer de la aventura en el sentido más amplio de la palabra.

*  Disponible bajo suscripción en Qubit.TV.

Stalker: La zona

(Rusia, 1979)

Dirección: Andrei Tarkovsky

Es posible que “Stalker” sea la película más hipnótica de Tarkovsky, y también de las más incómodas. Basada en una novela de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky (“Picnic Extraterrestre”), deja de lado el humor satírico que el texto original poseía para llevar las cosas a un terreno más reflexivo. La situación de base es que en algún lugar perdido de Rusia hay una “zona” donde ocurrió algo extraño. Ese lugar está prohibido, pero hay un guía, un “stalker” que llega hasta cierto punto en el interior de la “zona” donde se hacen realidad los más íntimos deseos. Hasta allí lleva a un escritor que ha perdido la inspiración y a un científico. Pero la película es mucho más que eso: a medida que viajan y ven los detritos de una sociedad, fragmentos de una vida que ha desaparecido, conversan y tienen discusiones filosóficas. En el fondo, se trata –como todo viaje– de ir dejando poco a poco lo accesorio atrás (eso son las ruinas que recorren) para ir hacia un núcleo de sentido totalmente trascendente. Un núcleo –lo verá el espectador– que puede ser tanto una revelación poética como una decepción absoluta, de acuerdo con el punto de vista que se asuma. De todos modos, en la última secuencia, ocurre algo así como un milagro, una confirmación de que, de algún lugar alejado de nuestra experiencia, algo “más” ha llegado. Aunque “lenta” (para quien esté acostumbrado solo al cine mainstream de estos días), “Stalker” es de una belleza tal que mantiene al espectador frente a la pantalla. Tarkovsky era un enorme creador de imágenes, un auténtico poeta.

*  Disponible bajo suscripción en Qubit.TV.

París, Texas

(Alemania/EE.UU., 1984)

Dirección: Wim Wenders

La figura del viaje es una constante en la obra de Wim Wenders. No solo en su trilogía “del camino” (“Alicia en las ciudades”, “El movimiento falso” y “En el transcurso del tiempo”) sino también en el resto de su filmografía. Basta ver “El estado de las cosas”, o incluso el deambular del escritor detective en la fallada (por su pelea con Francis Ford Coppola) pero bella “Hammett”. O en las excursiones terrenales de sus ángeles de “Las alas del deseo” y “Tan lejos, tan cerca”. Sin embargo, la película central en ese sentido es “París, Texas”, donde un hombre (Harry Dean Stanton en el rol de su vida) debe reunir a su pequeño hijo con la desaparecida madre (Nastassja Kinski) en una historia que se inspira en (y refracta, además) “Más corazón que odio”, de John Ford. Aquí no se trata de buscar a una joven raptada por los indios, sino de buscar a una mujer que se gana la vida en un peep–show. La primera secuencia nos muestra a este hombre caminando, solitario e incongruente, por el desierto americano (otro tropo fordiano); la secuencia final implica un abandono, una misión cumplida, un orden reestablecido que ya no tiene lugar para el héroe. Wenders opta por una melancolía y una ternura que suele aparecer en algunas de sus mejores películas (“Alicia…”, la despreciada “Hasta el fin del mundo”) sin dejar de lado el drama. El paisaje desértico y horizontal contrapuesto al poblado y vertical de la ciudad nos muestra, también, el paso del tiempo, un mundo que ha dejado atrás todo lo primitivo y, por eso mismo, no tiene espacio para ese impulso puro de la Naturaleza que es el protagonista. Aquí hay un viaje que no modifica el mundo sino que lo recompone, uno que se inicia cuando ya se sabe que el final implica un ascético abandono.

* Disponible bajo suscripción en Mubi.

El viaje de Chihiro

(Japón, 2001)

Dirección: Hayao Miyazaki

Junto con “La princesa Mononoke” y “Mi vecino Totoro”, esta es la más “japonesa” de las animaciones realizadas por Miyazaki. Con elementos que permiten ver la inspiración en la obra de Lewis Carroll, la pequeña Chihiro realiza un viaje de autodescubrimiento. Que no es otra cosa que recomponer su personalidad dividida entre lo occidental y lo japonés. Al principio, viaja en un auto con sus padres, como una niña de cualquier lugar del mundo. Se mudan a un nuevo lugar, pero toman un desvío y terminan en un parque de diversiones abandonado. Allí sucede lo fantástico: los padres se convierten en cerdos y Chihiro debe encontrar la forma de recuperarlos. Que no es más que convertirse en sirvienta de los “dioses” (los Kami, las deidades del shinto) en un hotel donde estos seres se recuperan incluso de aquello que les hacen los desaprensivos humanos, alejados de toda tradición. Chihiro pierde su nombre y sus padres como ha perdido su yo japonés, y la fantasía desatada de la película tiene por fin la recuperación de ese “yo”. Realizado con una atención al detalle asombrosa, como en toda la obra de este director los “malos” lo son solo en apariencia. No hay verdaderos villanos, no hay verdadera maldad. Solo incomprensión: cada etapa del “viaje” de esta niña “desespiritualizada” (el título original habla de alguien que pierde y debe recuperar su espíritu, nada menos) implica la aceptación de un nuevo imposible, de una nueva metáfora que se aprende. Un detalle sorprendente de esta película es que su trama es muy compleja, pero los niños la entienden y disfrutan de un modo transparente. Señal de que el arte de Miyazaki se comunica de inmediato con el espectador, algo que muy pocos artistas (de cualquier disciplina) logran.

*Disponible bajo suscripción en Netflix.

Atrápame si puedes

(EE.UU., 2002)

Dirección: Steven Spielberg

Elegir “la mejor película de Steven Spielberg” es de una dificultad enorme. No hizo nunca una mala película. Menores, sí; fallidas, por supuesto. Pero muy pocas filmografías contienen “Tiburón”, “E.T.”, “La lista de Schindler”, “Jurassic Park”, “Rescatando al soldado Ryan” o “Atrápame si puedes”, probablemente su homenaje tanto a la Nouvelle Vague (de la que también se nutrió, como toda la generación americana de los 70) como a su amigo –y actor de “Encuentros cercanos del tercer tipo”– Francois Truffaut. La historia real de Frank Abagnale Jr. le permite a Spielberg reversionar toda la saga de Antoine Doinel de “Los 400 golpes” a “El amor en fuga”. Como Antoine, Frank es un niño rechazado por su madre. Como Antoine, finge ser muchas cosas (piloto de avión, espía, médico, abogado) y disfruta haciendo “las mil y una” (“las mil y una” es la traducción que corresponde al de otro modo incomprensible “dar los cuatrocientos golpes”). Pero todo eso tiene un fin: conseguir dinero para reunir a papá y a mamá, recuperar el paraíso del hogar perdido. Y mientras, antes de llegar a la mayoría de edad, se convierte –falsificando cheques, nada menos– en el segundo criminal más buscado de los Estados Unidos, perseguido por un hombre tan solitario, tan triste, tan sin familia como él. Spielberg comprende la aventura y ejecuta el largo viaje de Frank del hogar al vacío (ida y vuelta) con gracia y con humor. También, con tristeza: una que se resuelve en la aceptación de lo trágico de cada vida, y de la amistad providencial que siempre estuvo ahí. Quizás sí, esta, con su tono único de comicidad melancólica y sus secuencias creativas y crueles a la vez (el encuentro con la prostituta, el abandono de una joven a punto de casarse) sea la mejor película de Spielberg.

*Disponible bajo suscripción en Netflix.

Naturaleza Muerta

(China, 2006)

Dirección: Jia Zhangké

Las películas de Jia Zhangké narran los poderosos cambios sociales y económicos en China en los últimos treinta años, desde que Mao se volvió una mala palabra (aunque hoy, claro, no tanto), hasta el desarrollo de un sistema capitalista dentro de otro comunista. Zhangké, además, es un gran cinéfilo (como puede verse con su homenaje triple a Douglas Sirk en “Mountains May Depart”) y alguien que conoce la pertinencia de las herramientas y del registro del documental (“The World”, “24 City”). En “Naturaleza Muerta” vemos el regreso de un hombre a una ciudad para reencontrarse con su esposa después de muchos años. Vemos el arribo de un joven que busca trabajo. Pero también vemos la partida de una ciudad completa. Efectivamente, el lugar en el que está filmada la película dejó de existir en mayo de 2006, inundado como parte de la obra de la represa de las Tres Gargantas, la más grande y monumental de las usinas hidroeléctricas del mundo. Jia mueve a sus personajes entre la realidad y la ficción de modo constante, en una especie de laberinto cuyas paredes solo pueden ser destruidas, y muestra un éxodo y varias rebeldías. El viaje es una figura constante pero, en este caso, da la impresión de que ya no hay a dónde ir. El río –el tiempo– se lleva todo y, con él, el movimiento de los protagonistas, el encuentro fugaz, el recorrido último antes del fin de un mundo, o del mundo.

*Disponible bajo suscripción en Mubi.

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